La arrogancia se refiere a un comportamiento o actitud en la que una persona muestra un exceso de confianza en sí misma, una autoestima exagerada y una creencia excesiva en su propia superioridad o habilidades, a menudo en detrimento de otros. La persona arrogante tiende a menospreciar o despreciar a los demás considerándolos inferiores o incapaces en comparación con ella misma. Por el otro lado la soberbia, que nunca es buena compañera, involucra también una actitud de superioridad y una falta absoluta de humildad. Ambas conjugadas tienen una serie de efectos negativos, pero cuando se presentan en la personalidad de un líder se desencadena un efecto dominó de arriba hacia abajo; una serie de eventos y/ o acciones en los que, por poner un ejemplo, una ocurrencia del dedito mañanero suele provocar la secuencia de otros. Con el agravante que estas conductas presidenciales parecen ser altamente tóxicas y contagiosas. Lo que expresa el líder supremo es inmediatamente copiado, memorizado y repetido por el resto del rebaño moreno.

López Obrador ha gobernado los últimos años en el chapoteadero de la mentira y la simulación, la realidad da muestra de ello todos los días y no alcanza su furia para tapar la corrupción y el desastre integral de la transformación con una narrativa mañanera.

Sin embargo, entrar al último tramo de un sexenio fallido en áreas estratégicas con enfoques extremos en la toma de decisiones o la ejecución de acciones, es una peligrosa arma de doble filo.

Sobre todo cuando está en franca implosión la burbuja en el poder que trastoca las venas del partido Morena. Y cuando se reparte mal el botín, diría el clásico, hay motín.

El pleito interno entre los arribistas y los más radicales empieza a generar los frutos de la discordia y de la traición como herramienta política. Mal momento entrando de lleno a la carrera por la presidencia de la república.

La línea de flotación de la narrativa del combate a la corrupción ha sido dañada de manera brutal y decisiva y puede correr la suerte de hundir la embarcación cuatroté. La erosión en la credibilidad presidencial es cada vez mayor y por más ríos de dinero repartidos e invertidos el quid de la elección este 2 de junio es votar la continuidad del caos y la corrupción y del cogobierno con las organizaciones criminales, o un cambio. Un viraje total. No hay medias tintas, México está llegando al Rubicón en materia de seguridad y esto abarca peligrosamente la relación con Estados Unidos cuyo resultado electoral podría crear la tormenta perfecta para entrar al 2025.

Y no parece dimensionarse la gestación y el tamaño del conflicto geopolítico regional.

Disparar aldeanos distractores enmarcados en reformas constitucionales para mover el epicentro de la conversación y el debate puede no tener el resultado esperado.

La olla morena hierve y hiede.

Los índices de violencia y la impunidad establecida y protegida por este régimen en Guerrero, Morelos, Michoacán, Chiapas donde quien manda es el crimen organizado aplastando a autoridades en los tres niveles de gobierno debería ser prioridad en la agenda del presidente.

Abrir aún más las puertas a la abierta intervención delincuencial en el próximo proceso electoral donde el árbitro sea tibio, mediocre y omiso es un juego de suma cero.

Y cada día este (des)gobierno pierde el uso legítimo de la fuerza, arrodillado y sometido en regiones enteras. ¿¿Es eso lo que quiere continuarse por seis años más??

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