La sociedad global vive una experiencia sin precedente que moviliza todas las estructuras gubernamentales, sanitarias y sociales. En anteriores brotes epidemiológicos la salud mental ha sido uno de los factores a considerar. En la última década se ha documentado un aumento en la incidencia de los trastornos ansiosos, depresivos y relacionados con todo tipo de estrés entre un número importante de la población mundial y recaídas en personas con antecedente de problemas relacionados con sustancias psicoactivas. En China al inicio del brote de Covid-19 la ausencia de una planificación adecuada de las intervenciones psicológicas provocó que éstas fueran implementadas de forma desorganizada e ineficaz comprometiendo además el acceso a los recursos sociosanitarios disponibles.

México entrará al torbellino de males relacionados con la salud mental que tendrá diversos disparadores de conflictos o condiciones latentes al empezar a salir del confinamiento de esta pandemia. No está claro que el gobierno tenga un plan para hacer frente a los alcances de esta problemática que se suma al desorden y contradicciones alrededor del retorno progresivo de las actividades aún cuando estamos en la etapa más peligrosa de los contagios comunitarios. Hacer pronósticos cuando el país ocupa uno de los últimos lugares mundiales en la aplicación de pruebas es una suerte de juego insensato y macabro. El Ejecutivo y su caterva de científicos, uno ya distraído y embriagado por la fama y el reflector mediático, deben entender que las pruebas son los ojos y sin ellas se avanza a ciegas haciendo imposible la elaboración de un mapeo, local y general, de los contagios para la implementación del regreso a lo que expertos denominan será una “nueva normalidad”.

En una orquesta desafinada el titular de Educación Pública informa el regreso a las aulas escolares el 1 de junio y días después el vocero de Salud le enmienda la plana exhibiendo una evidente descoordinación que se magnifica en el contexto actual. El presidente López Obrador, en el auge de la crisis sanitaria, económica y de seguridad tiene la singular motivación mañanera que lo entretiene ante la ausencia de sus giras; la embestida contra periodistas y medios de comunicación evidenciando que la “tregua” a la que exhortó hace semanas fue una simulación más. Su sistemática negación del delicado entorno corresponde al rechazo a decir las cosas como son, al intento de mercadeo de lo real o a la invención de todo tipo de narrativa. La provocación presidencial se ha vuelto algo necesario para hacerse notar en el mundo mediático y su libertad de expresión puede amparar la inducción a más polarización y división social. Su ligereza moral roza con la irresponsabilidad. La democracia no es sólo un sistema procedimental, ni tampoco la obediencia a reglas más o menos arbitrarias, sino que necesita la verdad, o al menos la búsqueda de la verdad. El enfrentamiento antagónico con diversos sectores desplegado como estrategia de gobierno es una opción cargada de implicaciones y riesgos que el presidente López Obrador tiene sobre la mesa, y no una consecuencia de su naturaleza. Apelar al sentido común es urgente. Así que hoy ante la gravedad y la incertidumbre del futuro, por el bien de todos primero hay que serenarse.

Twitter: @GomezZalce

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