Si las políticas públicas funcionan como símbolos que calman las ansiedades de grandes grupos de personas desorganizadas, ya que la percepción es que el gobierno se está haciendo cargo de resolver sus agravios, esta administración tiene enormes pendientes. Uno ya distintivo es en materia de seguridad cuya estrategia de abrazar a la delincuencia organizada para enfrentar la violencia y el trasiego de ilícitos, ha resultado ser un estrepitoso fracaso y un asunto que no es abordado con la seriedad pertinente. Los resultados están a la vista pese a que el tema no es algo que amerite mucha atención presidencial gracias al maquillaje de los “otros datos” sin embargo, no dejan de ser inquietantes algunos símbolos en la comunicación bilateral reciente.

La función política del vocabulario del Ejecutivo, sus palabras por sí mismas, generan efectos políticos. Una vez que ha establecido que una frase connota una amenaza se convierte en un estímulo para desencadenar energías. Y López Obrador construye diariamente su agenda de asuntos y con ello aparta la atención de un sinfín de situaciones que están comprometiendo la viabilidad de su transformación.

En el marco de los festejos del CCXI Aniversario de la Independencia, Estados Unidos y México han intercambiado señales que parecen ir más allá de “resetear” la relación bilateral. López Obrador ha decidido pintar su raya cuatroté con el régimen de Biden sin importar que una gran parte de la tensión se debe a dos factores estratégicos para la seguridad binacional; por un lado su promesa en 2018 a miles de migrantes de tener frontera abierta, visados y promesas de empleo y por el otro, canales abiertos de negociación con organizaciones delictivas llámese Cártel de Sinaloa o CJNG.

Y en el reciente canje de señales, López Obrador invita como orador en los festejos patrios al presidente cubano Díaz-Canel, blanco de señalamientos internacionales por sus recientes actos represivos y violación de los derechos humanos contra la población civil —algo que la cacareada cuatroté simula repudiar— y el gobierno de Joe Biden confirma que éste no irá a México y en su lugar asistirá a fines de mes, Anthony Blinken. En esta coyuntura el Departamento de Estado emitió su lista de países con alta penetración criminal, productores y exportadores de droga identificando a México como uno de ellos lo que será punta de lanza para seguir apretando esa agenda. Y sin fecha para la reapertura de la frontera terrestre ni para una reunión entre ambos presidentes, al buen entendedor pocas señales.

Empero abrir el micrófono compartiendo podium entre nuestras fuerzas armadas y su homólogo cubano, que aprovechó para construir su agenda y denunciar una campaña sucia contra su país, tiene otra dimensión. Algo así como un desafío con tintes geopolíticos que de paso laceró el significado y protagonismo castrense de la celebración.

López Obrador desde el desfile militar lanzó un mensaje “respetuosamente” provocador a Estados Unidos sobre la política estadunidense y el embargo —no bloqueo— a la isla y al diablo la palabrería de la no intervención.

Sin tamices ni filtros el presidente mexicano terminó de pisotear el espíritu de la conmemoración patria ante atónitos oídos castrenses y sentado a lo lejos, el recién estrenado embajador en nuestro país, Ken Salazar.

El hecho nuevamente no pasará desapercibido al interior y habrá ¿sutil? respuesta por parte de los Estados Unidos. Jugar con los intereses geopolíticos en la región son ligas mayores y el gobierno de México no está en una posición ideal ante la crisis de la descontrolada problemática doméstica.

¿No hubiera sido mejor fijar postura sobre su visión de Cuba “patrimonio de la Humanidad” en la tribuna de la próxima Asamblea General de Naciones Unidas?