En la mañana del 29 de septiembre de 2025, Asahi Group Holdings, la mayor cervecera de Japón, reveló públicamente que enfrentaba una falla masiva en sus sistemas como resultado de un ciberataque. En su comunicado oficial, la empresa explicó que sus operaciones en Japón estaban siendo afectadas: “una falla del sistema causada por un ciberataque” había paralizado funciones críticas, aunque en ese momento no se había confirmado una fuga de datos de clientes.
El impacto fue inmediato y profundo. Gran parte de las 30 plantas cerveceras de Asahi (en territorio japonés) quedaron fuera de servicio —los sistemas de pedido, envío, atención al cliente y logística quedaron deshabilitados, obligando a la empresa a recurrir a procesos manuales (teléfono, fax, papel) para mantener algún nivel de continuidad para los clientes más urgentes.
La crisis se extendió a toda la cadena de suministro: los puntos de venta (supermercados, tiendas de conveniencia, izakayas) se encontraron ante el riesgo de quedarse sin su principal cerveza, la emblemática Asahi Super Dry. Las existencias, ya bajas en muchas localidades, comenzaban a escasear.

El 6 de octubre de 2025 -8 días después-, Asahi anunció que había comenzado a reactivar la producción parcial en sus seis fábricas de cerveza que producen Super Dry. Sin embargo, aún no habían alcanzado plena capacidad, y los sistemas digitales seguían parcialmente fuera de línea.
¿Cómo fue el ataque?
No fue un mero ataque de exfiltración, sino un ataque híbrido con componente de ransomware (disrupción operativa) acompañado por reclamaciones de robo de datos. Esta combinación es cada vez más común en incidentes de alto perfil, pues maximiza la presión sobre las víctimas para negociar.
Asani decidió paralizar la producción en sus plantas al perder el acceso a sus sistemas centrales de pedidos, envíos y atención al cliente, y sin capacidad digital para coordinar sus fábricas ni gestionar la distribución. Esto obligó al cierre (temporal) de prácticamente toda su producción, salvo las pocas plantas que pudieron ser reactivadas manualmente. En un reporte, The Guardian señaló que —aunque técnicamente las líneas físicas de producción no sufrieron fallas mecánicas o daños físicos por el ataque— la paralización fue consecuencia inevitable de que los sistemas administrativos/operativos quedaron incapacitados.
Un análisis de Bernstein, citado por Financial Times, sugiere que el ataque podría recortar hasta un 80 % de la utilidad operativa central del cuarto trimestre (4T) si la disrupción persistiera.
Más allá del impacto económico inmediato, el ataque tiene una serie de implicaciones graves y posibles efectos secundarios: como escasez de producto, daño reputacional, costos de recuperación y reforzamiento de seguridad, riesgo legal/regulatorio (multas por filtración de datos), impacto sobre la cadena de suministro y desde luego presión regulatoria.
Lecciones aprendidas
Desde una perspectiva de riesgo de negocio, el episodio pone bajo foco tres lecciones críticas:
El ataque a Asahi no es simplemente un incidente más en la crónica de los ciberataques: es una advertencia contundente de que incluso pilares industriales bien establecidos pueden colapsar cuando sus sistemas digitales quedan comprometidos en masa.
CEO y Socio fundador de NEKT Group, empresa especializada en servicios de ciberseguridad. www.nektcyber.com
@mriveraraba