Dicen que es hoy. En 1917, el Congreso acordó conmemorar el 15 de mayo a quienes laboran en las aulas del país. Las crónicas señalan que se hacía coincidir el festejo con el día que, en 1867, se tomó la ciudad de Querétaro para dar fin al Segundo Imperio. Hace, ya, 104 años.

Dados a tener días para celebrar, conmemorar, festejar o evocar cientos de cuestiones, variopintas en importancia y sentido, se acumularán en los diarios, y todos los medios, odas a las personas dedicadas a la docencia. El arco para la veta declamatoria es amplio: aparecerá la idea del sentido apostólico de su trabajo y la atribución rimbombante de ser la guía de la niñez, el faro que ilumina el futuro del país. Los discursos por parte del poder político, sindical y económico no serán pocos ni escatimarán toneladas de reconocimientos. Palabras, ceremonias, declaraciones, remembranzas y elogios. Inició ya la consabida cohetería desde los altos atriles, mas la pirotecnia es, por definición, fuego artificial.

No es lo mismo el abrazo o la gratitud sencilla de las niñas y niños, sus madres, padres y abuelos, o la de cada quien en su recuerdo a esas maestras y maestros que nos ayudaron a entender las cosas y, no pocas veces, a tratar de entendernos.

Me refiero a esa otra maniobra, hipócrita y repleta de oropel, más falsa que un billete de cuatro pesos: celebrar al gremio un día, sin que llegue el día en que se le respete como una profesión crucial para el desarrollo y consolidación de las condiciones intelectuales y afectivas en nuestra tierra, necesarias, sobre todo, para ya no tolerar más la pobreza y la desigualdad en el acceso a lo que se requiere para vivir con dignidad.

¿Cuándo será el día en que la voz del magisterio será escuchada, y se acallarán por fin las palabras de quienes dicen hablar por él, ostentando un sitio de autoridad educativa o laboral inmerecida, producto de la soberbia del ladrillo en que se encaraman, ignorantes, y la antidemocracia que han hecho costumbre y privilegio?

¿Cuándo será el día en que a las y los docentes se les dejará de concebir como apóstoles menesterosos o rufianes que distan de ser o parecer finlandeses?

¿Cuál será le fecha en que reconoceremos, todos, su labor como una profesión en todo el sentido de la palabra, y dejarán de ser vistos como operadores de los designios y consignas que emiten quienes ocupan un escritorio burocrático apolillado y confunden educar con instruir satisfechos con que millones aprendan a repetir a costa de dejar de preguntar?

¿Cuándo amanecerá el día en que las instituciones en que se forman serán las más importantes en la educación superior, habida cuenta de la enorme complejidad del saber que implica contar con el dominio pedagógico del contenido a enseñar, ese saber teórico y práctico, la forma más alta del conocimiento humano, que genera ambientes donde el aprendizaje es posible?

¿Cuándo será el día en que el pago sea justo, puntual, adecuado y la organización de la docencia no equivalga al sistema administrativo propio de repartir latas de atún?

¿Cuándo –hay que decirlo– los que nos dedicamos a esto haremos un esfuerzo crítico para mejorar nuestros conocimientos, la capacidad de abrir espacios para la educación como práctica de la libertad, y anudaremos demandas con compromisos de hacernos cargo de nuestras fallas y carencias, no menores?

El verdadero día de las maestras y maestros está por venir. No será fecha precisa, sino un proceso largo y complicado. Ojalá sea hoy ocasión de iniciarlo. Urge.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México.
mgil@colmex.mx
@ManuelGilAnton

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