El acceso y ejercicio del poder son fundamentales para erradicar prácticas excluyentes y violatorias de derechos. Las experiencias de políticas con quienes conversé, delatan la afronta cotidiana en espacios de decisión pública, que no solo inciden en la población en general y, sobre todo, reducen la brecha de desigualdad entre mujeres y hombres.

Machos enojados por los avances encrudecen la violencia. Dulce María Sauri, presidenta de la Cámara de diputados, notó cómo la violencia política se ha intensificado en la medida en la que las mujeres ganan espacios. Lo primero que le viene a mente es un video reciente de Abel Guerra hablando sobre la alcaldesa Clara Luz Flores y asegura que las decisiones políticas de “su mujer” son resultado de su injerencia.

No es el único caso en el que un político se asume titiritero manejando guiñoles con faldas. Verónica Delgadillo comparte: “Desde que inicié como diputada en Jalisco, la violencia más frecuente la recibía cuando aseguraban que era la mujer de alguien. Un pseudoperiodista se refirió a mí como ‘edecán ascendida a diputada’. Me respaldaban 30 mil votos con un partido nuevo. Lo ignoró y además creyó agredirme denostando el trabajo de las edecanes, que es un trabajo digno. Las compañeras se aliaron para exigir apoyo de Conapred. Su disculpa pública fue ambigua y poco auténtica”.

Josefina Vázquez Mota recuerda: “Durante toda la campaña me acompañó una pregunta: ‘¿Está México preparado para tener a una mujer en la Presidencia?’. Aprendí que no era una pregunta, sino una descalificación. Jamás he escuchado que a un hombre le pregunten si México está preparado para un presidente”.

Burocracia como resistencia “viril”. Carol Arriaga, secretaria nacional de Mujeres de Morena, asegura que ha sido imposible que el partido cuente con un protocolo contra la violencia de género. En un burdo acto legaloide se integró un artículo al estatuto para decir que se trabajaría en el protocolo, pese a que ya existía. Héctor Díaz Polanco lo tuvo en sus manos y lo ignoró. Mediante reunión virtual, el Comité Ejecutivo Nacional finalmente lo aprobó, pero el Tribunal Electoral invalidó la sesión.

Arbitrariedad como mensaje de autoridad. En el PAN se decía que había dos tipos de mujeres de acuerdo a su lema Por una patria ordenada y generosa: o sometimiento o seducción —me dice Laura Ballesteros. “La expulsión de mi cargo como diputada no tenía que ver con posturas de propuestas de ley, era disputa por la interlocución con el presidente del partido y el jefe de gobierno. Sofisticación de la violencia, pegan donde no se ve. No se lo hubieran hecho a un legislador”.

Complicidad con los violentos. Según narra Carol Arriaga, “German Monte Alegre del grupo Universidad de la Sosa Nostra, que venía de varios partidos, llega como candidato de Morena. Un hombre vinculado al crimen organizado, acusado de intentar asesinar a su mujer y del desvío de 3 mil millones de pesos. Pasadas las elecciones solicité al partido información sobre él y hasta hoy no he recibido respuesta. Logró que le reclasificaran la información de tentativa de feminicidio a violencia familiar. Su cuñado es representante de Morena en Hidalgo, quizá por ello lo protejan”.

Todas coinciden en que hay avances en el ámbito legislativo, sin embargo, sugieren que la violencia política contra las mujeres se considere delito, sea perseguida por la Fepade, y dar herramientas jurídicas a los tribunales tanto en salas regionales como en la superior.

A quienes piensen que las políticas han de guardar silencio y permanecer sometidas ante las agresiones que conllevan “los gajes del oficio”, dedico estos testimonios que muestran que no habrá más silencio, no replegarán los logros y van por más.