Cuando los seres humanos nos encontramos con situaciones por las que no hemos pasado antes, nos vemos obligados a corregir el rumbo, en muchos casos sin información suficiente y sin experiencia previa. Si a un corredor le cambian la pista, deberá ajustar su plan de carrera a las nuevas circunstancias. Sin embargo, el éxito dependerá fundamentalmente de su preparación previa. Nadie se improvisa frente a la emergencia.

Los países más organizados, con recursos y elevada capacidad de respuesta institucional, actuaron de inmediato en el ámbito sanitario. Para paliar las previsibles consecuencias económicas del confinamiento, diseñaron programas emergentes para asegurar un ingreso a las familias y liquidez a las empresas, esto último, sobre todo, para no perder los empleos. La emergencia requirió echar mano de los ahorros o incluso de pedir prestado, para evitar un mal mayor. En estos casos no existe el escenario óptimo. Hay el malo y el peor. Si estamos preparados para correr dos horas y resultan cinco, habremos de echar mano de todas nuestras reservas, si queremos llegar a la meta. La recuperación vendrá después.

Cuando las decisiones involucran a millones de personas, sus consecuencias se multiplican en forma proporcional. Esto lo debe saber cualquier político que pretenda gobernar un municipio un estado o un país. Si el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimento, nadie está exento de las consecuencias de sus malas decisiones.

Frente a la pandemia, el presidente decidió que no era necesario invertir los ahorros del Estado - y mucho menos endeudarse-, para paliar los efectos económicos de la pandemia. En el ámbito sanitario decidió que con un muestreo de la evolución de la pandemia sería más que suficiente para administrarla. Innecesario aplicar pruebas y registrar todos los casos. También mostró que para tomar las decisiones frente a la emergencia no era necesaria la concertación. Ignoró a gobernadores, alcaldes, empresarios y organizaciones sociales. Todas sus decisiones reflejaron el carácter de un gobierno centrado en una sola persona.

El 29 de mayo su gobierno publica los lineamientos para la vuelta a la normalidad a partir del 1 de junio. Sus cálculos de la evolución de la pandemia resultaron equivocados. El 3 de junio se registra el mayor número de nuevos contagios y decesos. Ni las empresas ni las familias resistieron el golpe económico del confinamiento. En abril y mayo 12 millones de trabajadores dejaron de percibir ingresos y se perdieron más de un millón de empleos. Su relación con gobernadores, alcaldes, empresarios y organizaciones sociales, muestra un franco deterioro.

Una vez más el presidente pone la pauta. El 1 de junio reinicia sus giras por el país. Lo importante son sus proyectos emblemáticos. Administrar la pandemia es ahora responsabilidad de los gobernadores.

Los próximos meses pasarán a la historia como una de las etapas más trágicas de nuestro país. En el ámbito de la salud no podemos esperar nada bueno. Seguirán los contagios y las muertes. Nadie sabe en qué momento llegaremos al pico de la curva y en qué medida la movilización prolongara la pandemia. Quienes tengan empleo al cual regresar encontrarán un escenario incierto, sin demanda y sin apoyo para seguir operando. El enojo, el descontento y la desesperanza estarán cada vez más presentes en el ánimo de los mexicanos.

La apuesta de volver a la normalidad sin haberse preparado para ello resulta entonces incierta y lejos de ser promisoria. Al momento del conteo final será inevitable voltear a ver al presidente. ¿Qué hizo para paliar la crisis?

¿Qué hizo su 4T para evitar la profundización de la recesión económica, la pérdida del empleo, de la seguridad y la certidumbre, para millones de mexicanos? ¿Pueden las decisiones de un hombre ensombrecer el futuro de un país entero? Probablemente sea nuestro caso.

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