La mitología está llena de leyendas de barcos que desaparecen entre la niebla y se convierten en buques fantasmas. Una de las características de estos barcos es que pierden el contacto con el agua, navegan sin rumbo y llevan en cubierta a pasajeros y rutas de navegación que pertenecen al pasado.

Esta fue la primera figura que me vino a la mente al escuchar la evaluación que hizo el presidente de su gestión, al cumplir dos años de gobierno. Su barco no es de este mundo. Su bitácora de viaje es una fantasía inagotable de logros ficticios y autoelogios; un desaforado esfuerzo por construir una tarjeta postal con paisajes maravillosos, que sirve de cortina para ocultar una triste realidad; una reiteración de colores que le han servido para atraer la atención, sin la cual, dejaría de existir.

El jefe del Estado mexicano se ha convertido en un constructor de imágenes superpuestas de la realidad que todas las mañanas acomoda y presenta prolíficamente frente al público que ha logrado captar a sabiendas de que, si la ficción desaparece, él desaparece con ella, como el buque fantasma.

Las tormentas se han acumulado. Él sabe que sus instrumentos de navegación son caducos e inservibles. Su contacto con el mundo exterior es con especies malévolas, como el camarada Trump, que ha encontrado ya su camino al mundo de las tinieblas; ha perdido a su gran aliado y el resto de los capitanes lo ven como una ficción, como un buque fantasma.

Su gran apuesta es mantenerse a la delantera en una carrera en la que la ficción sea capaz de obnubilar la realidad y mantener al suficiente número de seguidores para que el buque fantasma siga su curso. Para ello debe hacer todo lo posible para que el resto de las embarcaciones se vean poco o no se vean. A todas les encuentra agujeros, desperfectos y fallas y, hace denodados esfuerzos para que sus seguidores así las vean. Cuando tiene viento a favor las intercepta y, si las logra hacer encallar, mucho mejor.

No le teme ni a las tormentas ni a las calamidades. Ni naturales ni artificiales. Sólo los débiles se amedrentan frente a las fuerzas de la naturaleza. El no necesita tapabocas ni que le digan lo que tiene que hacer. Si no hay médicos a quien acudir, es por culpa de otros, de los navegantes inexpertos y corruptos que lo antecedieron que no sabían conducir la nave. A ellos hay que culparlos y a nadie más. La continuidad de la ficción del buque fantasma exige que desaparezcan.

La ficción existe en la medida en que sus creyentes la sostengan. En la medida en que los creyentes dejen de creer en ella, la ficción se desvanece, como buque fantasma; sus promotores también dejan de existir. El aislacionismo como el ideal de proyecto de nación para Estados Unidos seguramente desaparecerá al desvanecerse su principal promotor.

La otra forma en que se desvanece la ficción es cuando la arrasa la avasallante realidad. El próximo año no pinta nada bien. Los decesos se multiplicarán, por la pandemia y la inseguridad;

las escuelas seguirán cerradas, con todo lo que ello implica para los menores y para sus padres; la actividad económica seguirá deprimida y al desempleo y los recortes en el consumo se sumará la creciente inseguridad pública; socializar será una decisión de alto riesgo.

El buque fantasma está amenazado. Marineros y tripulantes de todos los rincones tendrán la oportunidad en 2021 de atar cuerdas y hacer amarras para que el barco no se pierda en la niebla y vuelva a las aguas a navegar. El tercer año del actual gobierno será, sin lugar a dudas, uno de los más complejos, difíciles e impredecibles que haya vivido nuestro país.

lherrera@coppan.com

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