A pesar de la habilidad de los mexicanos para ser felices en la precariedad, la incertidumbre y las bajas expectativas de una mejor calidad de vida, los límites aparecen cuando la tranquilidad y la integridad de la vida están en riesgo.

En los dos últimos años la pandemia sanitaria ha dejado vacíos irremplazables al llevarse a más de 300 mil mexicanos. Dependemos de otros para la investigación, elaboración y distribución de vacunas, con las que no contamos en México. Sin embargo, a esta cifra deben sumarse más de 80 mil homicidios en primer grado, sin contar secuestros, extorsiones, desaparecidos, violaciones y robos de todo tipo, lo que coloca a México en los primeros lugares de criminalidad en el mundo.

El presidente comentó hace unos días que en nueve estados de la república la situación es grave, en uno de ellos, el estado de México, incontrolable, según dijo. El crimen organizado no solo se ha fortalecido en estados como Michoacán, Guanajuato, Zacatecas y San Lui Potosí; en estados como Baja California y Tamaulipas los conflictos entre carteles marcan la pauta de la vida cotidiana de los ciudadanos. Y no se trata solamente de la producción y distribución de drogas, ahora el crimen organizado opera con criterios empresariales de altos rendimientos que involucran a amplios sectores de población.

Un ejemplo de ello son las casas de materiales de construcción. Los malandrines cooptan a un distribuidor importante en cualquier zona el país y, partir de un padrón, visitan a todo los que están en el negocio para anunciarles a quien y a qué precio deben comprar. No es opcional. Por su sobrevivencia la mayoría acceden a este tipo de extorsión, pues no tienen quien los proteja. Hay quienes se resisten, pensando que pueden operar de la misma forma que antes, hasta que aparecen las camionetas con los encargados de poner orden y sin mayor tramite ejecutan a los rebeldes. Esto sirve de lección; el resto se doblega ante la presión extrema pues no solo están en juego el negocio, sino la vida de sus propietarios, de sus familias y sus empleados.

¿En dónde están las autoridades en este escenario? Resulta redundante decir que las policías municipales no tienen capacidad para enfrentar estos hechos. Las policías estatales no atienden los hechos o lo hacen de manera simulada, lo que lleva a pensar en complicidad y/o en incompetencia. La Guardia Nacional y los militares, cada año con mayores recursos, se pasean por las calles, pero nunca están en el momento de los hechos. No investigan y no cambian nada. Las policías de investigación parecen no existir y los encargados de la justicia parecen tener otras prioridades. Mientras las fuerzas federales siguen en su cuarto año de reacomodo institucional, el crimen organizado se consolida y expande en nuestro país.

En los primeros estadios de organización social los señores de la guerra marcaban la pauta. El vasallaje era figura común. Una vez conquistado un territorio, los señores de la guerra exigían un tributo a los vasallos. Más allá de perdonarles la vida, no les daban nada a cambio. Cualquier indicio de rebelión era controlado por la fuerza. No existía ninguna autoridad por encima de los señores de la guerra, de modo que no había ninguna instancia a quien recurrir. ¿suena conocido?

En el siglo XVIII surge el Estado nación y con ello la institucionalización de las fuerzas públicas. Los ciudadanos aportan no solo para enriquecer a los señores de la guerra sino para contar con la tranquilidad para hacer sus vidas sin la amenaza constante a su integridad física y patrimonial. Para el siglo XXI este esquema funciona más que satisfactoriamente en países con historias tan disímiles como Japón, Canadá, Nueva Zelanda y un número importante de Estados europeos.

No es el caso de México. En México la tranquilidad de los ciudadanos está secuestrada por la delincuencia y el crimen organizado. Como sucedía siglos atrás, ahora en innumerables poblaciones de México los señores de la guerra marcan la pauta y cobran tributos sin ofrecer nada a cambio. La diferencia es que en México existe también un Estado, al que también hay que pagar tributo, pero que desde hace al menos tres décadas es incapaz de ofrecer seguridad y tranquilidad a sus ciudadanos.

Combatir a un virus desconocido, de rápida propagación y efectos letales, es una tarea titánica. Prueba de ello es que solo los países más avanzados en ciencia y tecnología han logrado algunos medios para atenuar el daño. La seguridad pública es distinta. Sabemos perfectamente como opera la delincuencia organizada en todas sus modalidades y las estrategias para enfrentarla. Incluso en nuestro país, en donde nunca hemos logrado llegar a un esquema de seguridad pública envidiable, contamos con suficiente evidencia de lo que funciona y lo que no funciona. Contamos también con capacidad y vocación en todos los niveles, así como con la preocupación y voluntad de los ciudadanos. Con lo que no contamos es con una estrategia que funcione y con un liderazgo capaz.

Los ciudadanos, cada vez más inquietos, preguntan ¿hasta dónde llegaremos¡? ¿qué podemos hacer para cambiar esta situación? Cualquier cosa que signifique la 4T es claro que no es sinónimo de mayor seguridad y tranquilidad para los mexicanos. Su líder vive más preocupado por su popularidad que por los graves problemas que aquejan al país.

Quedarnos en el dolor de las pérdidas no resulta alentador. Tampoco es solución limitarnos a señalar culpables. Los mexicanos hemos mostrado capacidad para trascender momentos aciagos y malos gobiernos. Que este fin de año sea propicio para la reflexión, la búsqueda y la construcción de soluciones con una nueva visión de futuro. Vayan mis mejores deseos para todos nuestros lectores.

lherrera@coppan.com

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