En una reunión con diplomáticos y militares turcos sobre seguridad nacional quede más que sorprendido al ver el contraste entre ese país y el nuestro, ambos considerados potencias medias. Los colegas turcos nos brindaron un panorama amplio y detallado sobre las amenazas a su seguridad nacional y la forma en que las enfrentan. Nos hablaron de una política exterior cuyo eje es la seguridad, cuya agenda inicia con el conflicto con los kurdos que buscan su independencia; la vecindad con Georgia y Armenia y la consecuente presencia de Rusia; la situación Siria y sus miles de refugiados en territorio turco; el conflictivo escenario entre Israel y sus vecinos, etc. Una situación geopolítica en verdad compleja en la que diplomáticos y militares, la dupla de la que habla Raymond Aron en su libro Paz y Guerra entre las Naciones (1962), recobra vigencia.

Cuando me tocó el turno de hablar sobre México, después de escuchar todo lo descrito, no pude menos que iniciar con al afirmación de que, en comparación con Turquía, en México llevamos varias décadas de vacaciones estratégicas: sin conflictos territoriales, sin amenazas de guerra en nuestro entorno geopolítico, sin grupos o tendencias separatistas y sin mayores preocupaciones respecto de nuestra inserción en el mundo y nuestras relaciones con el exterior.

A la pregunta sobre la fórmula para lograr esto les comenté que la variable determinante ha sido, durante más de un siglo, nuestra vecindad con Estados Unidos. Nos beneficiamos de su paraguas de seguridad frente a potenciales amenazas extra regionales. Sin embargo, quedaron muy sorprendidos al saber que entre los dos países no existe ningún tipo de alianza o acuerdo militar, ni siquiera un acuerdo político que en algún momento pudiera generar dicha alianza. ¿Cómo es que si vamos en el mismo barco y nuestra seguridad es parte del paraguas de la seguridad de EUA, México no tenga ningún rol formal o compromiso explícito en un esquema de seguridad compartido?

La respuesta a esta última pregunta no es sencilla, pues contraviene la lógica que vemos a lo largo de la historia en que la protección (seguridad) siempre tiene un costo y deriva en compromisos. Quizás la principal razón estriba en que, como potencia global, de poco le servirían a Estados Unidos las capacidades militares de México, no nos necesitan, ni para atacar ni para defenderse. Ni siquiera la guerra internacional contra el terrorismo requirió de compromisos formales de México. En forma unilateral nuestro vecino estableció sus medidas de control fronterizo, a sabiendas de que en México no existen enclaves de radicalismo islámico. México coopera en lo que se le solicita, pero no opina sobre la estrategia ni los planes de seguridad de Estados Unidos.

Incluso cuando la migración se coloca en la agenda de seguridad y la preocupación se traslada a la frontera sur de México, tampoco se ha buscado trabajar en una estrategia conjunta. En los capítulos mas recientes Estados Unidos impuso a México las tareas a seguir y México las acató, sin importar si eso contraviene o no los intereses del país y si esto afecta la relación con sus vecinos del sur. No tengo conocimiento de ninguna reunión bilateral en la que la pregunta haya sido ¿cómo enfrentamos conjuntamente una situación que nos afecta a ambos?

En toda esta historia, que ya abarca más de un siglo, los mexicanos siempre hemos proclamado que no tenemos enemigos. Ni siquiera hemos debido adoptar entre nuestros afectos o desafectos a los enemigos, adversarios o competidores de Estados Unidos, como si su agenda de seguridad poco o nada tuviese que ver con nosotros.

Para buena parte de los responsables del Estado mexicano esta relación de conveniencia resulta la más cómoda. Además de seguridad, la vecindad con Estados Unidos significa una válvula de escape laboral y demográfico de inapreciable valor y el principal comprador de nuestras exportaciones. ¿Qué necesidad de modificar el estatus de la relación? Para los políticos en Washington, mientras México no sea semillero de amenazas para su seguridad, no parece existir mayor interés en lo que suceda en nuestro país; más aún, para mucho de ellos México dista de ser un socio confiable.

Lo que se ha hecho en la actual administración de distraer a la mayor parte de las fuerzas armadas mexicanas en tareas que en poco o nada tiene que ver con el quehacer militar sin que en nada se vea afectada la seguridad nacional del país deja mucho para la reflexión. ¿Necesitamos fuerzas armadas formadas y entrenadas para la guerra? Nada es permanente y más nos valiera dar una buena pensada a estos temas en un mundo cada vez más volátil y complejo.

lherrera@coppan.com

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