La salida de las tropas estadounidenses de Afganistán, después de dos décadas de estadía, ha provocado un cúmulo de conjeturas sobre sus causas y consecuencias. Al término de la guerra fría, del ilusorio fin de la historia y de la presunta victoria de Estados Unidos y de su ideología liberal, la destrucción de las torres gemelas de Nueva York en 2001 provocó un giro inesperado en la historia.

A sabiendas de que Osama Bin Laden y Al Qaeda se encontraban en Afganistán, Estados Unidos y sus aliados invaden ese país a fin de buscar a los culpables, hacerse justicia y evitar que los Talibán convirtieran su territorio en santuario de terroristas internacionales. Diez años se tardan en encontrar y destruir al líder islámico. En paralelo promovieron la instauración de un proyecto que pretendía el establecimiento de una democracia de corte occidental. Este plan implicó la erogación de recursos billonarios para mantener y avituallar tropas, desplegar un gobierno paralelo y orientar el país hacia un mejor futuro.

Pasaron dos décadas y el intento de gobierno democrático tutelar instaurado bajo el amparo y cobijo de las tropas e ideales extranjeros, nunca fraguó. Tampoco logaron acabar con los Talibán, líderes tribales que otrora lograron expulsar a los rusos de su territorio, pero lograron que Afganistán dejara de ser un santuario terrorista, al menos para Al Qaeda.

Un buen día los tomadores de decisiones en Washington decidieron que era tiempo de dejar Afganistán. Sin previo acuerdo con sus aliados, negociaron su salida con los Talibán, cerraron las ventanillas a todos los contratistas que abrevaron generosamente de esta guerra y levaron anclas, dejando atrás a alrededor de 300 mil afganos que colaboraron en el idílico proyecto. A una semana de la salida de las tropas extranjeras los Talibán tomaron Kabul, se desvaneció el gobierno democrático tutelar y con él, la construcción multimillonaria de la democracia afgana a imagen y semejanza de occidente.

Para quienes al término de la guerra fría llegaron creer que los valores de democracia, igualdad y justicia, como se procesan en occidente, se habían convertido en valores universales y que las intervenciones armadas podían ser la vía para su instauración, los episodios de Libia, Irak y Afganistán derrumbaron brutalmente estas creencias. Los valores no resultaron universales (China se convirtió en el recordatorio permanente), los modelos políticos no resultaban replicables ni las intervenciones armadas logran generar paz, democracia y justica.

Estados Unidos puede abandonar tranquilamente Afganistán a sabiendas de que ni los Talibán ni ningún otro grupo de esa parte del mundo tiene ahora la posibilidad de replicar las acciones de Al Qaeda o del ISIS en territorio estadounidenses. La opinión publica estadounidense desde hace tiempo exigía poner término a una intervención militar a la que no le veía propósito ni sentido. Se me ocurre ingenuo pensar que quienes iniciaron esta guerra no sabían lo que hacían. En cualquier caso, esta retirada cierra un ciclo de fracasos políticos, pero de buenos negocios, iniciado por Georg W. Bush en 2001, cuyo cierre propició Donald Trump y cuyo costo político le toca pagar a Joe Biden.

Para Afganistán, ahora en poder de los Talibán, inicia un nuevo ciclo de su historia. Afganistán es un país con 32 millones de habitantes, que en el índice mundial de calidad de vida aparece en el lugar 185 de 196. El analfabetismo masculino es del 45 % y el femenino llega al 70%. De acuerdo con el índice de pobreza elabora por UNICEF (2019), 52% de la población se encuentra en situación de pobreza multidimensional; su ingreso per cápita es de 507 dólares al año (2019). Alguien habrá de ilustrarnos sobre cuántas escuelas, hospitales, carreteas, industrias y empleos dejó la ocupación extranjera. No hay datos precisos sobre la derrama social de la ocupación.

Estos son los retos que habrá de enfrentar cualquiera que sea el nuevo gobierno de Afganistán, con muy pocos apoyos del exterior, con altos niveles de violencia y desintegración social, con el serio reto que plantea la presencia del ISIS en su territorio y con el descrédito internacional por haber sido albergue de terroristas, opresores de las mujeres y todo lo que puede implicar para la mirada de occidente ser una sociedad tribal, islámica y fundamentalista. ¿Resulta más prometedor el futuro de Afganistán en 2021 de lo que era en 2001? ¿Cuál fue el beneficio de dos décadas de ocupación extranjera?

Para los internacionalistas el caso Afganistán significa un gran fracaso del modelo de intervención armada extranjera para para erradicar la violencia, la pobreza y la desesperanza en un país con referentes diametralmente distintos a los de Occidente. Esta y experiencias similares, como las de Libia e Irak, han puesto en evidencia que la llamada cooperación internacional para la paz, la democracia y el desarrollo, encuentra todavía más preguntas que respuestas.

lherrera@coppan.com
Septiembre 3, 2021

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