Cuando AMLO llegó al poder hace tres años la embarcación ya enfrentaba vientos complicados, turbulencias y corrientes engañosas. Los tiempos exigían cautela y prudencia. Sin embargo, el capitán decidió modificar radicalmente el plan de navegación: desmantelar tripulaciones, cambiar reglas de operación y descalificar pasajeros y tripulación.

Para sorpresa de todos, los malos tiempos empeoraron drásticamente con una nueva tormenta, desconocida y portentosa: la pandemia. El nuevo escenario exigía reacción rápida para ajustar velocidad, cubrir necesidades de pasajeros y tripulación y aprovechar todo lo que funcionaba para mantener la nave a flote.

El capitán hizo caso omiso de la tormenta. No previó las consecuencias de la crisis sanitaria, poco hizo para compensar los desabastos y para asegurar que todos y cada uno tuviera la necesario para sobrevivir y trabajar para el bien de la embarcación.

Mientras otras naves buscaron rutas alternativas para llegar a tierras más promisorias, el capitán insistió en navegar por mares que reiteradamente aparecen en los mapas como rutas que alguna vez llevaron a tierras de bonanza y que ahora no valen nada. Su falta de talento para capitanear una nave de tal envergadura y complejidad, acompañada de su necesidad biológica de rodearse sólo de quienes le son adeptos, han puesto a la nave en un rumbo poco envidiable, según los testimonios de las tripulaciones de otros barcos que ven al mexicano con extrañeza y pena.

El rumbo tomado y la forma de navegar han generado creciente inquietud entre tripulantes y pasajeros. De acuerdo con las leyes de navegación todos tienen derecho a saber los porqués y paraqués de las decisiones. Dada la extrañeza e inadecuación de las acciones tomadas y la ausencia de señales de que la nave va en el rumbo correcto, el capitán ha decidido que toda la información relacionada con las decisiones de la nave es secreta.

Por supuesto que conforme aumentan la zozobra y la incertidumbre, el desorden al interior del barco es mayor. Cuando zarparon había ya problemas de vandalismo que los capitanes anteriores tampoco atendieron debidamente. El problema se ha agravado y ahora, además del racionamiento, todos deben cuidar de su seguridad personal.

Como toda embarcación de gran calado, la nave ya contaba con cuerpos de seguridad para protegerse de eventuales ataques de otras naves. Cuerpos muy bien preparados y capacitados para la guerra. Dado que los encargados de seguridad interior no funcionaban, el capitán les dejó el orden interno a quienes tienen a su cargo defender el barco. Pero tampoco ha funcionado. El capitán extrañamente no parece tener mayor interés en acabar con los delincuentes. Dice que va contra sus principios.

A pesar de que el desorden interno persiste, el capitán les ha dado a los cuerpos de seguridad muchas más atribuciones de las que pueden y saben cumplir. Ahora se encargan de izar las velas, manejan el timón, los instrumentos de navegación y hasta las cocinas y la enfermería. Como en el mar no se avizora ningún barco de guerra, muchos de ellos, acostumbrados a obedecer, parecen ahora disfrutar de espantar a los polizontes, subir y baja las anclas, comprar y vender mercancías, con la única obligación de aplaudirle al capitán, no contradecirlo y seguir sus bizarros planes de navegación, aunque esto nos pueda llevar al naufragio. Otros están preocupados pues no ven cómo el ser grumetes, comerciantes y supervisores de obras los puede fortalecer en sus tareas de guerra, hasta olvidarse de cuál era su función original en este barco. Tiempos aciagos para la embarcación México, de turbulencias mayores y perene incertidumbre.

lherrera@coppan.com

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