El crecimiento explosivo que tuvo la economía china en los últimos 32 años inició cuando Deng Xiaoping decidió abandonar el inservible modelo de economía centralizada e invitó al numeroso pueblo chino a volverse aspiracionista. Dicho crecimiento se sostuvo en tres pilares: el primero basado en una reasignación masiva de recursos (rurales a urbanos y agrícolas a industriales) que implicaba un incremento descomunal del valor agregado para el mismo nivel de esfuerzo. El segundo, producto de altísimas tasas de inversión como porcentaje del PIB, del doble que economías occidentales. El tercero, en reacción a las fluctuaciones macroeconómicas y crisis financieras, particularmente las de 2008-09 y 2020, consistente en endeudamiento sin precedentes para financiar expansiones inusitadas de infraestructura de todo tipo (trenes, aeropuertos, puertos, ciudades, edificios públicos, universidades) y bienes raíces.

Por naturaleza, los tres pilares tienen límites, aun para la economía china. La reasignación de trabajadores a actividades de mayor valor agregado no puede ser infinita a pesar del tamaño de la población; de hecho, ahora uno de sus principales retos es la falta de trabajadores, jóvenes. Las inversiones de cerca del 50% del PIB llevan a proyectos injustificables desde el punto de vista de generación de valor económico; puentes sin destino, ciudades fantasma, exceso de capacidad de transporte de pasajeros. La estrategia de sobreendeudamiento para enfrentar los vaivenes de la economía también presenta límites, incluso para China que tiene mucha menor exposición a riesgo de balanza de pagos y de corridas contra el yuan que el resto de las economías emergentes. Pero eventualmente, demasiada deuda es demasiado. De acuerdo con el BIS (Bank for International Settlements), la razón de deuda no financiera sobre PIB ha crecido de un ya alto 175% en 2011 a casi 300% en 2021, lo que coloca a China como una economía con mayores niveles de deuda que la de Estados Unidos, con mucha mayor penetración e intermediación financieras.

La pregunta que se hacen los mercados estos días es si el colapso de Evergrande (no hay nombre más apropiado para pronosticar una crisis), cuyas obligaciones han perdido 80% de valor en las últimas semanas, implica un punto de quiebre y el inicio de un ajuste mayor para la economía china. No sería la primera vez que los mercados reaccionan de manera negativa y anticipan serias dificultades para ese país, para luego verse sorprendidos por la fortaleza de la recuperación, capacidad de decisión del gobierno y dinamismo económico. Cada vez se hace la pregunta sobre si ahora será distinto.

Hay tres posibles salidas para el affaire Evergrande. La primera es que el gobierno chino intervenga de nuevo e inyecte recursos no sólo para estabilizarla, sino para apoyar a todo el sector y evitar un contagio sistémico. Ésta sería la típica, que se ha usado en el pasado. El problema es que es contraria al objetivo del gobierno de disminuir el ritmo de crecimiento del sobreendeudamiento y transitar a un modelo de crecimiento económico sustentable basado en la expansión del mercado interno y del sector servicios. El gobierno de Xi Jinping está consciente de la necesidad de dar un viraje hacia un modelo de crecimiento sostenible que descanse menos en la emisión irrestricta de deuda. La segunda salida implica, por lo tanto, un achicamiento del sector y el envío de señales de que la política de expansión de infraestructura y de bienes raíces empezará a ser mesurada. La tercera consistiría en una implosión económica y una crisis generalizada del sistema financiero y de la economía china.

La primera salida pospone enfrentar el problema estructural para otra fecha, mientras que la tercera implica su estallamiento. La segunda es más congruente con la visión de empezar a moderar excesos.

Las tres opciones tienen importantes repercusiones para la economía mundial y para la mexicana. En la primera seguiría la situación actual, los mercados se recuperarían y el ritmo de crecimiento chino no tendría pausa… por ahora. Sin embargo, el costo de largo plazo es prohibitivo. Las otras dos opciones, la salida ordenada y el estallido, implican cambios muy relevantes en las coordenadas económicas mundiales. El mecanismo de transmisión consistiría en modificaciones a los términos de intercambio: en la salida dos, moderadas y en la tres, muy abruptas. Los nuevos términos de intercambio tendrían un impacto importante en la economía de México y podrían representar una importante oportunidad de desarrollo si supieran aprovecharse.

El ajuste de la economía china para un crecimiento sostenible implica un cambio significativo en la demanda de materias primas y en el costo de producción de las manufacturas. Detener el crecimiento desbocado de los sectores de infraestructura y bienes raíces de la economía china se traduciría en una disminución de los precios de aceros, cemento, vidrio, aluminio, cobre y todo tipo de material de construcción, mientras que acelerar el mercado doméstico y el sector terciario terminará encareciendo la mano de obra y la producción de manufactura. Es decir, si Evergrande se convierte en el banderazo de arranque para el ajuste, es probable una caída en los precios de materias primas y un repunte en los de manufacturas. Es en virtud de estos nuevos términos de intercambio que los sectores reales de otras economías se verían impactados por los acontecimientos del otro lado del Pacífico, además de la incertidumbre de los mercados financieros en función de la velocidad del ajuste.

Dicho de otra manera, los países exportadores de materias primas (Australia, Brasil, Argentina, Chile, países africanos y otros) serían afectados negativamente, mientras que los exportadores de manufactura de manera positiva, entre ellos especialmente México, pero sólo si se cuenta con las condiciones internas de atractivo a la inversión, no óptimas con las políticas públicas actuales, para lograrlo.

La competencia con China es por el liderazgo tecnológico y por el modelo de economía de mercado que prevalecerá a largo plazo. La apuesta del presidente Xi Jinping es a favor de un capitalismo de Estado, sin democracia liberal. El problema que enfrenta es doble: por un lado, la ambición de la permanencia en el poder genera anticuerpos domésticos que buscará limitar, pero con el alto costo de cortarle las piernas al desarrollo tecnológico difuso, descentralizado y competido que es el único que puede tener éxito. Las recientes medidas para limitar a las empresas de alta tecnología y su correspondiente colapso en las bolsas son reveladores. Por otro, el modelo de crecimiento intensivo en acumulación de capital y endeudamiento enfrenta, de manera irremediable, retornos decrecientes y aun negativos. Por todo ello, la sustentabilidad y permanencia políticas pueden ser incompatibles con el dinamismo económico, pero sin éste, la permanencia en el poder también lo será.

El partido comunista chino puede estudiar la experiencia del revolucionario institucional.

Twitter: @eledece

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