Todo lo relacionado con el caso del exsecretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos, ha sido en gran medida inexplicable. Pasará tiempo para que lo que está ocurriendo se esclarezca. Hay causas y siguen una lógica, aunque de momento no se diluciden.

Como han sucedido las cosas desde el 15 de octubre, cuando fue detenido en Los Ángeles, hasta el anuncio de ayer, sobre el acuerdo por el que la fiscalía norteamericana lo entregará a las autoridades mexicanas y éstas lo recibirán como ciudadano sin cargos judiciales; las incógnitas y especulaciones han dominado en la opinión pública y en el foro de las redes sociales.

Estupefacción de los mexicanos por la aprehensión en el extranjero, por presunta complicidad con delincuentes, de un mando militar de alto rango, considerados en nuestro medio como intocables, para mayor sorpresa al arribar al país cuyas fuerzas armadas lo habían distinguido con reconocimientos.

Estupefacto el gobierno de México, a comenzar por el presidente; nada menos que el jefe del Estado y supremo comandante de las fuerzas armadas que, acostumbrado a pontificar desde Palacio Nacional todas las mañanas sobre todo y contra todos sin suficiente información, dio saltos en su posición; primero convalidando la captura, pasando por alto la presunción de inocencia, para luego hacer machincuepas nacionalistas e indignación soberanista.

Estupefactas y ofendidas las élites del poder militar, de inmediato ejercieron presión sobre su máxima autoridad civil —quien les ha dispensado predilección en obras públicas y expansión de actividades como en ningún otro sexenio— para que activara las capacidades diplomáticas del Estado mexicano a fin de enderezar el entuerto y repatriar a su colega. Trabajo, por cierto, eficaz y puntualmente logrado por la Cancillería.

Después de algunas semanas todo este episodio habrá quedado como un espectáculo de fuegos fatuos. Otros escándalos y desgracias nacionales llamarán la atención de los medios y ciudadanos:

Los 100 mil mexicanos fallecidos —y contando— por Covid-19, la vorágine electoral que se avecina con una democracia amenazada por la polarización, las calamidades sembradas por la gestión errática y demagógica de la pandemia y de la economía, el imperio impune del crimen organizado y la expansión incontenible de su barbarie, la quiebra de los estados y municipios por los recortes presupuestales y la asfixia centralista de la Federación, son temas que provocan mayor ardor en la piel de los mexicanos que luchan por sobrevivir cada día.

El febril ritmo de la política nacional difuminará la trascendencia del caso, pero lo ocurrido dejará huellas y causarán efectos en diversos ámbitos estratégicos:

En el modelo de relaciones entre el poder civil y las fuerzas armadas, tabú que los especialistas tienen bien estudiado.

En las relaciones bilaterales México y EU, específicamente en materia de cooperación para la seguridad, sobre todo en la coyuntura del arribo de Biden y la salida de Trump, que implica una reinvención de las alianzas. Una de sus claves está en el fraseo de la petición de sobreseimiento de la fiscalía norteamericana: por “consideraciones sensibles e importantes a política exterior…” ¿El quid pro quo negociado con el republicano se sostendrá con la administración demócrata?

Analista político @l_fbravomena

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