El próximo domingo 7 de abril será el primer debate presidencial. Hago votos para que sea un ejercicio edificante para la cultura cívica y la conciencia política de los ciudadanos mexicanos. Sin embargo, la competencia electoral está degradada en estos tiempos —en nuestro país y en todo el mundo—, invadida por expertos y asesores mercadólogos sin memoria y discernimiento histórico.

La discusión entre Xóchitl, Claudia y Jorge podría derivar en un show insustancial, plagado de recursos efectistas: atragantar palomitas de maíz cuando otros interlocutores se revuelquen en el lodo, un concurso de retórica teatral con diatribas habilidosas, algunas payasadas, la exhibición de cartulinas con fotografías comprometedoras de los adversarios, textos con gráficas y estadísticas de colores; habría de todo, menos una definición precisa, articulada y profunda del proyecto político que representan.

Los últimos debates presidenciales han sido así. Comparecencias por un lado superficiales, por otro, rígidas y acartonadas que no permitieron a ciudadanas y ciudadanos valorar el pensamiento, carácter, talento y talante de los aspirantes. No conmovieron a los escasos espectadores ni fueron determinantes para el resultado electoral. Se dice, con cierta razón, que no conquistaron un solo sufragio.

Otros sí impactaron: el primero en la historia de México en 1994: Zedillo (PRI), Fernández de Cevallos (PAN), Cárdenas (PRD) produjo un vuelco radical en las intenciones de voto, redefinió el ranking de la competencia y puso a temblar al candidato del partido oficial. El panista se colocó en los umbrales de Palacio Nacional.

Los debates del 2000: Labastida (PRI), Fox (PAN), Cárdenas (PRD) — incluyendo el rocambolesco episodio del “hoy, hoy, hoy” foxista— coronaron la transición democrática y abrieron de par en par las puertas de la primera alternancia en el Poder Ejecutivo Federal.

El debate de este domingo ocurre en una coyuntura que no tiene precedente en nuestra historia: en 2024 nos encontramos en plena ruta de regresión de la democracia al autoritarismo. Los iniciales que referí líneas arriba fueron parte de las novedosas prácticas que surgieron durante el proceso de la transición a la democracia, los siguientes: 2006, 2012 y 2018, se dieron en el marco del nuevo régimen de voto libre y respetado y autoridades electorales autónomas.

Ahora vamos en la ruta de sentido contrario. La desembocadura del actual proceso electoral no es entre opciones programáticas que pueden convivir en pluralidad y construir, mediante el diálogo, soluciones a los problemas de la nación. Lo que ahora está en juego es la supervivencia misma del sistema democrático. Está en marcha la maquinaria de un nuevo partido de Estado, soportado en la perversión de las tareas y acciones de gobierno que han borrado todos los linderos entre el partido y el gobierno.

En este contexto el debate del próximo domingo y los subsecuentes, son una oportunidad inmejorable para cotejar quién es quién en la ruta que seguirá México en los próximos meses: la libertad o dictadura.

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