“El advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad”.
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH), proclamada hace 77 años —el 10 de diciembre de 1948—, este ideal se definía como la aspiración más elevada de la humanidad.
La Declaración marcó un hito: tras dos guerras mundiales, por primera vez se adoptó en el plano internacional un documento que, después de recoger diversas tradiciones culturales y legales, reconoció derechos básicos inherentes a toda persona por el sólo hecho de serlo.
Han pasado desde entonces más de siete décadas. La promesa de los derechos humanos ha sido un horizonte que ha inspirado iniciativas y luchas nobles en todo el mundo. No obstante, estos derechos han sido una promesa incumplida en muchas regiones, especialmente para los sectores excluidos o empobrecidos.
En este primer cuarto del siglo XXI, los derechos humanos han sido especialmente cuestionados. Las guerras en diversas latitudes, el debilitamiento del multilateralismo, el avance de la desigualdad, la aparición de nuevos autoritarismos, los discursos de odio y la crisis climática, son algunos de los factores que explican esta deriva.
México no ha sido la excepción. Menciono sólo una muestra de ello: desde hace casi dos décadas, vastas zonas del país experimentan una violencia deshumanizante, cuyo rostro más doloroso es el de tantas y tantas madres que buscan a sus desaparecidos.
En este panorama, tanto a escala global como en nuestro ámbito nacional, la confianza en los derechos humanos como salvaguardas eficaces de la dignidad humana y como instrumentos útiles para la construcción de sociedades más justas, parece debilitarse.
Por eso, este 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos, es una buena ocasión para renovar la confianza en esta gramática jurídica y moral. Sirve para este fin recordar que la Declaración fue adoptada de modo casi sorpresivo, tras un momento histórico sumamente oscuro. Como entonces, confío que la humanidad logrará emerger de este momento de retroceso global. La propia historia de los derechos humanos nos muestra que su vigencia debe defenderse activamente, pues subsiste siempre la posibilidad de que éstos puedan revertirse. Asimismo, las derrotas en este campo no son nunca definitivas si quienes defienden la dignidad no renuncian a la esperanza.
Para no perder la confianza, es esencial recordar que los derechos humanos están orientados a la realización humana y no son conceptos etéreos o afirmaciones aspiracionales. En el ámbito universita rio, nuestros proyectos y programas —así como nuestras prácticas— deben orientarse a hacer posible la inclusión, la solidaridad y la celebración de la dignidad de quienes habitamos este planeta.
Así lo entendemos en la Universidad Iberoamericana y por eso trabajamos incansablemente, desde diversas perspectivas y con enfoques interdisciplinarios: buscamos incorporar en nuestro quehacer contenidos orientados a la promoción de la cultura de los derechos humanos; es decir, inspirados en la convicción de que compartimos una misma dignidad que debe ser valorada y respetada.
El advenimiento de un mundo donde los seres humanos vivan liberados del temor y de la miseria no es un ideal obsoleto. Esta alta aspiración sigue vigente hoy como hace 77 años.

