2022 acaba y 2023 comienza. Siguiendo a T. S. Eliot, podemos repetir que las palabras del año que termina pertenecen al pasado, mientras que las del nuevo año “esperan ya otra voz”. Para dar lugar a ese tono renovado, es importante realizar un balance de 2022. Identificar las tendencias de los últimos doce meses permite anticipar los rasgos del futuro inmediato. 
 
A lo largo del último año, la democracia iliberal siguió expandiéndose. Este fenómeno —que subvierte el orden constitucional sirviéndose de sus propias reglas— encontró un caldo de cultivo favorable en el mundo digital, por la proliferación de ecosistemas de información (el uso de la inteligencia artificial, las redes sociales) en los que predominan esquemas de manipulación que hoy llamamos posverdad. 
 
La guerra que Rusia lanzó contra Ucrania a fines de febrero constituye una de las grandes tragedias del presente. Lo que está en juego es mucho más que una disputa geopolítica: esta guerra ha puesto a prueba los alcances del orden mundial vigente. Hasta ahora, las personas más vulnerables son las que han sufrido los impactos inmediatos de este conflicto. 
 
Por otro lado, a lo largo de 2022 los esfuerzos para hacer frente a la emergencia climática fueron insuficientes. El desenlace de la Conferencia que se celebró en Egipto en noviembre fue decepcionante. Seguimos lejos de una transición energética sostenible. 
 
Finalmente, el año cerró con la muerte de Benedicto XVI.  Su vida, como dijo Arturo Sosa, S. J., nos proporcionó una lección de humildad y de libertad espiritual capaz de anteponer a cualquier otra cosa el bien de la Iglesia. 
 
En México las cosas tampoco han sido sencillas. A lo largo del último año la violencia se acentuó en diferentes niveles: contra las mujeres, periodistas y comunicadores; contra defensores y defensoras de los derechos humanos y contra quienes buscan a sus familiares desaparecidos; contra las personas en movilidad y contra la naturaleza. 
 
Esta crisis de violencia alcanzó a la Compañía de Jesús el 20 de junio, cuando mis hermanos Javier Campos Morales, S. J., y Joaquín Mora Salazar, S. J., fueron asesinados en la Sierra Tarahumara. Los hechos ocurrieron mientras buscaban proteger a Pedro Palma, quien también fue asesinado, como lo fue Paul Berrelleza. Sus muertes no son un hecho aislado: se suman a los millones de personas víctimas de la violencia en nuestro país. 
 
Si a esto añadimos una reforma electoral preocupante en cuanto a la forma como fue aprobada y en cuanto al fondo de su contenido, y unos actores políticos mayoritariamente volcados al 2024 y menos atentos a las exigencias del presente, el panorama dista de ser halagüeño.  
 
En la Universidad Iberoamericana no somos indiferentes a estas tendencias. Precisamente porque nuestra realidad es exigente, en la Ibero buscamos responder a los desafíos que hoy enfrentan México y el mundo. 
 
Destaco, por ejemplo, lo realizado por nuestros institutos de investigación. Gracias a su trabajo en materia de desarrollo social, investigación educativa e investigación aplicada y tecnología, la Ibero ha generado conocimiento útil para enfrentar problemas urgentes y complejos. Impulsamos, también, iniciativas para fortalecer la garantía de los derechos humanos y la calidad de la democracia. Estamos trabajando, por ejemplo, en la creación de un laboratorio de innovación para la reconciliación alrededor de cinco ejes temáticos: seguridad, justicia restaurativa, verdad, reconciliación y paz. 
 
El año que empieza será particularmente intenso en lo político y en lo social. En ese marco, la Universidad Iberoamericana cumplirá 80 años de existencia. Hoy como ayer, nos mueve la convicción de impulsar la deliberación pública que es propia de la democracia. No sólo porque lo propio del talante universitario es el diálogo racional que construye propuestas y renuncia a las descalificaciones. También porque, en tanto universidad confiada a la Compañía de Jesús, lo nuestro es la construcción de esperanza. 
 
En un mundo amenazado por crisis políticas, sociales, ambientales y tecnológicas, y en un México roto por la violencia y la desigualdad, nuestra identidad nos obliga a abrir horizontes de esperanza. Para eso, es indispensable tener confianza en que el presente no es un destino inexorable. Creer que podemos ser y dar más. A eso le apostamos en la Ibero en el año que comienza. 

Rector de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México 

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