El Premio Alfonso Reyes para el historiador Enrique Florescano ¡Enhorabuena!


La historia comparada es un gran instrumento de análisis. El examen de ciertos procesos históricos puede mostrar lo difícil que es dar forma y mantener un sistema político donde el Estado tenga la fuerza necesaria para defender su soberanía y para cumplir con sus tareas internas, pero sin derivar en un gobierno rapaz y corrupto.

Daron Acemoglu y James Robinson abordan este tema en (The narrow corridor [2019]). En ese “corredor estrecho” tiene lugar una vida pública sana por ser un espacio equidistante entre un mundo donde la debilidad del Estado (el Leviatán de Tomás Hobbes) lleva a que prive la ley del más fuerte y ese otro donde la fuerza del Estado es empleada para convertirlo en un “Leviatán despótico”.

Echando mano de experiencias acumuladas a lo largo de siglos —entre ellas la de la Atenas de Solón (630-560 a.C.)— los autores ilustran esta tesis. El final de la edad de bronce de la península griega —alrededor del 1200 a. C.— coincidió con la descomposición de sus monarquías y su vida colectiva entró en una “etapa obscura” caracterizada por una violencia producto del vacío dejado por un Leviatán que se ausentó mientras disputas interminables entre las élites tomaron su lugar. En Atenas este ambiente propició la demanda de un gobierno que reintrodujera algún orden, pusiera límites a las arbitrariedades y a las luchas internas. Ese clamor llevó a la promulgación por Draco —“arconte” o magistrado en el siglo VII a. C.— de un conjunto de leyes cuya violación implicaba castigos máximos: la pena de muerte.

La construcción de un Estado ateniense capaz de imponer orden entre las élites fue sólo el primer paso en la edificación de un gobierno que dejara atrás la anarquía sin caer en el despotismo. Y fue esa coyuntura la que aprovechó otro magistrado, Solón (638-558 a C), para llevar a la política ateniense a uno de sus puntos más brillantes.

Solón empezó por acumular la fuerza necesaria para mantener controladas a las clases altas. Para conformar una base ciudadana que le apoyara en el empeño, Solón empoderó a las no élites eliminando el peonaje por deudas, prohibió convertir en siervo a cualquier ciudadano ateniense y puso en marcha una reforma agraria para crear una masa de pequeños propietarios. Por otro lado, Solón derogó o modificó las leyes draconianas, aunque preservó como derecho exclusivo de los grandes propietarios las posiciones en el Consejo del Areópago y del grupo de donde se elegían a los poderosos arcontes cuyo cargo era temporal. Por otro lado, Solón dio vida a un “Consejo de los Cuatrocientos” (Boule) con representantes de las cuatro tribus en que estaba dividida Atenas. El objetivo final de esta arquitectura política fue equilibrar, que no eliminar, el poder de las clases económicamente dominantes mediante una mayor presencia de los ciudadanos plebeyos en los procesos de toma de decisiones. Este desarrollo se reforzó con la creación de un aparato burocrático y un sistema judicial que dio confianza al ciudadano cuando recurría a la autoridad y, a su vez, esa autoridad reforzó su legitimidad. Y si bien los pobres siguieron excluidos del Areópago y del Consejo de los Cuatrocientos (como era también el caso de las mujeres) ninguno podía ser excluido por el sistema de justicia que incluso extendió cierta protección a los esclavos.

Para concluir, según Acemoglu y Robinson la experiencia política de Atenas y otras posteriores prueban que la construcción de un Estado eficiente necesita de una acumulación de fuerza previa para imponerse sobre las élites. Y eso sólo se logra y se sostiene con la movilización de bases sociales amplias y la construcción y preservación de instituciones que, una vez construido ese Estado, tengan la capacidad de limitarlo, sólo así se puede mantener el delicado equilibrio que permite el “corredor de la libertad”. 
 

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