Las grandes crisis son, entre otras cosas, grandes proveedoras de radiografías colectivas que permiten ver con nitidez la naturaleza de las uniones y las fracturas en la estructura política y social de una comunidad. Y así, mientras en Portugal la lucha contra la pandemia provocada por el Covid-19 saca a flote la solidaridad esencial de los actores políticos y ésta se impone sobre sus diferencias, en México tiene lugar el fenómeno opuesto: una agudización de esas diferencias. El enfoque de la política comparada es muy ilustrativo y hoy permite contrastar que mientras la pandemia causada por un virus muy agresivo lleva a que en Portugal —país donde hace 46 años una “Revolución de los claveles” puso en marcha la llamada “tercera ola democrática”— la emergencia sanitaria mundial conduce a la oposición a declarar una tregua política, en México las oposiciones ven en esa misma situación una inesperada y estupenda oportunidad para tratar de recuperar el terreno que perdieron tras la contundente y bien ganada derrota que sufrieron en las urnas en 2018.

En Portugal el Partido Social Demócrata (PSD) es una organización de centro derecha que en varias ocasiones ha sido la primera fuerza electoral en su parlamento. Hoy, con el 27.8 % de los votos es segunda fuerza y cabeza de la oposición. Pues bien, su líder, Rui Rio, acaba de dirigir una misiva a todos los militantes del PSD y en la que les plantea que en medio de la crisis desatada por el Covid-19 “no es patriótico” atacar al gobierno de su adversario, encabezado por primer ministro Antonio da Costa, del Partido Socialista (PS) de centro izquierda, y que ganó las elecciones del año pasado con el 36.3% de los votos. La tregua política entre los dos grandes partidos y anunciada por la oposición se justifica por la gravedad de una coyuntura completamente inesperada que obliga a unir fuerzas contra un enemigo común. Desde la perspectiva de la principal fuerza opositora, no es ético ni patriótico aprovecharse partidistamente “de las fragilidades políticas que la gestión de una realidad tan compleja [como la creada por pandemia] acarrea siempre”, (El País, 20/04/20).

La actitud de la oposición portuguesa frente a un gobierno que debe organizar en muy corto tiempo un esfuerzo nacional para enfrentar lo inesperado, la coloca en una posición con 180° de diferencia respecto de la adoptada por su contraparte mexicana. Aquí, hasta personajes que encabezan grandes concentraciones de poder económico y que han sido inmerecidamente bien tratados por el gobierno, no tienen el menor recato en usar sus medios de comunicación —Televisión Azteca— para sabotear de manera abierta, nada menos que la política de información sanitaria nacional del gobierno federal que busca a disminuir la propagación del virus justamente en la etapa en que se espera el pico de su ataque.

Suponer que hoy en México un líder de la derecha decidiera apelar a la ética y al patriotismo de sus correligionarios para convocarlos a desactivar temporalmente los ataques a un gobierno que debe hacer frente a una emergencia nacional, es tanto como suponer que se puede arar en el mar.

En México, y para citar a Fabrizio Mejía (Proceso, 19/04/20) lo que hoy destaca es el espíritu golpista de “un grupo pequeño pero poderoso de políticos empresariales” y sus aliados y “cuya única [esperanza de] victoria política descansa en que el virus mate más gente.” Y —se puede añadir— también descansa en una posible continuación en la caída del precio del petróleo y que la crisis mundial cierre mercados y cancele inversiones a la muy dependiente economía mexicana.

Al presidente Andrés Manuel López Obrador le gusta voltear la vista en busca de lecciones a las anteriores transiciones política que han formado a México. En esta coyuntura, debe repasar con cuidado la tragedia del líder del anterior cambio de régimen, Francisco Madero. La derecha de ahora, como la de entonces no está dispuesta a dejar pasar oportunidades. Hoy está explotando la complejidad, fragilidad y contradicciones de políticas que buscaban hacer frente a una emergencia sanitaria con un fisco históricamente débil, con un aparato institucional y sanitario muy degradado y en un entorno marcado por una sociedad muy desigual y disfuncional. Hoy, en medo de la crisis generada por una pandemia, todos deberíamos estar conscientes de lo extremadamente delicadas que son las condiciones del país y que lo que está en juego es nada menos que la naturaleza de nuestro futuro colectivo inmediato. Pero quizá es mucho pedir.

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