Tras escuchar el mensaje navideño del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), un colega observó que el político tabasqueño estaba teniendo éxito en uno de los múltiples frentes del combate político que él ha abierto en su empeño por remodelar el régimen heredado.

AMLO ha resultado un buen expropiador, pero no al estilo del presidente Lázaro Cárdenas, que desposeyó a latifundistas y a empresas petroleras extranjeras, sino expropiador de elementos centrales del discurso y la legitimidad política. Y lo ha hecho, literalmente, a diestra y siniestra.

Por muchos años, los gobiernos que surgieron del triunfo de una facción de la Revolución Mexicana —la norteña y carrancista— elaboraron una oratoria para que se les tuviera como los herederos legítimos y únicos de esa revolución y, a partir de los 1930, como ejecutores de las demandas de justicia social y patriotismo de quienes se habían levantado en armas contra de la oligarquía porfirista y sus apoyos: el gran capital extranjero, la alta jerarquía eclesiástica.

El discurso del PRI fue perdiendo fuerza porque, con el tiempo, en México tomó forma y se consolidó una nueva y poderosa oligarquía en un ambiente de amplia corrupción. Ya en 1947, Daniel Cosío Villegas, en La crisis de México, denunció la pérdida de la esencia del proyecto de la Revolución. En La Muerte de Artemio Cruz, (1962), Carlos Fuentes captó muy bien la naturaleza de ese proceso de pérdida. Oscar Lewis, en Los hijos de Sánchez, retrató los efectos negativos de “la Revolución hecha gobierno” en la vida de los mexicanos comunes y corrientes. En 1971 Manuel Moreno Sánchez, desde la cúpula misma del sistema priista, admitió y describió el fenómeno de oligarquización en la Crisis política de México.

El final catastrófico del modelo económico postrevolucionario en los 80 y la captura del poder por los llamados “tecnócratas” del PRI, encabezados por Carlos Salinas, dejó en puros hilachos el discurso de la Revolución. A partir de entonces, esa oratoria en boca de los dirigentes del partido del gobierno casi desapareció pues resultaba contraproducente por revelarse como falsedad en estado puro.

En esa coyuntura, AMLO retomó la idea de la Revolución como un proyecto con sentido y potencialidad de continuidad. En el logo de su gobierno, AMLO presentó los rostros de cinco personajes históricos, incluyendo el de Lázaro Cárdenas, el mandatario priista que llevó a su punto culminante la reforma agraria, el que devolvió al Estado la propiedad de los hidrocarburos, el de la educación socialista, el del apoyo a la sindicalización y el defensor de la España republicana. Cárdenas pasó entonces de ser un héroe incómodo para los privatizadores priistas a readquirir sentido como inspirador del esfuerzo por revivir a Pemex o lo que queda del ejido y de las comunidades campesinas, entre otras cosas.

El PAN surgió en 1939 como una reacción de “minorías excelentes” (en el sentido que Ortega y Gasset dio en 1930 al término en La rebelión de las masas), al populismo cardenista. Y, a querer que no, desde el inicio, a ese partido se le identificó con el catolicismo y los valores de las clases medias. Y aunque desde Manuel Ávila Camacho los dirigentes priistas ya no se presentaron ni actuaron como enemigos abiertos de las iglesias, los panistas, al menos en público, no buscaron marcar distancia frente a la iglesia católica. Ahora, con AMLO en la presidencia, el jefe del gobierno —para escándalo de muchos en su propio partido— no rehúye el contacto con organizaciones evangélicas, constantemente hace referencia a pasajes del Nuevo Testamento y como muestra está su mensaje navideño de 2019, donde hizo referencia directa a “Jesús el Cristo” al que identificó con la lucha en favor de los pobres y desvalidos, lo que inevitablemente recuerda uno de sus lemas políticos centrales del Presidente: “Por el bien de todos, primero los pobres”. Ahora bien, estas referencias evangélicas las balancea siempre con su insistencia juarista en el Estado laico y en “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”

El análisis de las expropiaciones que AMLO ha hecho de las banderas discursivas de sus adversarios podría extenderse al campo del indigenismo o de los mismísimos neoliberales, con la defensa del T-MEC y la negativa a una reforma fiscal. En conclusión: que AMLO ha resultado ser un político de amplio espectro.

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