Hoy se conmemora el 111 aniversario del inicio de la revolución mexicana; epopeya que ha sido contada miles de veces, pero no siempre incluyendo a las mujeres como narradoras o como protagonistas.

Si pensamos en mujeres en la revolución, vienen a la mente, en primer término, las “adelitas”. El nombre de cada mujer se pierde en el genérico. Historias particulares quedan perdidas entre las texturas sobrepuestas del rebozo y las carrilleras.

Frente a las adelitas estuvieron las soldaderas. Una descripción precisa de ellas la encontramos en la narración de la británica Rosa Eleanor King, en su libro Tempestad sobre México:

“Nuestras heroicas soldaderas no nacieron con la revolución, sino desde un siglo antes, en la guerra de independencia”. “El Ejército Mexicano no contaba con un departamento de avituallamiento regular, de modo que los soldados traían a sus mujeres para que les cocinaran y los atendieran y todavía prodigaban a sus hombres con pasión y ternura extraordinarias. Mis respetos para las mujeres mexicanas de esta clase, la clase de mujer que desprecian las otras, las que viven en una indolente opulencia con un orgullo que ignora su propia inutilidad”.

Rosa King comienza describiendo a las soldaderas y termina subrayando las marcadas diferencias de clase que justo encendieron la revolución.

La narradora era propietaria del hotel Bella Vista en Cuernavaca donde se hospedaron, entre otras personalidades, el Presidente Madero y su esposa Sara. Ambos eran hijos de hacendados y llevaban una vida cómoda. Sara Pérez era una mujer privilegiada que había recibido instrucción básica en Querétaro y después había sido enviada a estudiar a California. Allá se hizo amiga de Mercedes y Magdalena, las hermanas de Don Francisco. En pleno movimiento antirreeleccionista conoció en Texas a otras mujeres mexicanas como Elena Arizmendi con quien más tarde fundaría la Cruz Blanca neutral.

Doña Sara fue una mujer que no desempeñó roles tradicionales, sino que jugó un papel activo en la campaña presidencial de su esposo. Asumió la función de consejera, compañera y cómplice del mártir. Convocaba a reuniones, participaba en los mítines, lanzaba arengas. Vivió con entereza la decena trágica y sobrevivió al prócer casi 40 años.

Lo que sucedió en 1913 fue narrado por ella misma en la entrevista que concedió al periodista estadounidense Robert Hammond Murray. Es una fuente directa importante para reconstruir los hechos.

Por su parte, Carranza confió a Hermila Galindo el impulso de la agenda feminista durante su gobierno. Hermila se había sumado a la causa maderista, pero, a la muerte de Madero, pasó a ser la secretaria particular de Don Venustiano con un rol proactivo y creativo.

Carmen Serdán ha sido tal vez la más reconocida de las mujeres en la revolución, pero ahí estuvieron también Dolores Jiménez Muro, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza y Elisa Acuña. Ellas se sumaron a las fuerzas de Zapata y tuvieron participación en la redacción del Plan de Ayala. Usaron la pluma como arma y fueron encarceladas en distintos momentos. Su papel ha quedado en un plano secundario o definitivamente fuera de la historia.

Muchas mujeres en distintos frentes contribuyeron a la causa revolucionaria. La historia, sin embargo, se sigue contando incompleta. Aunque se oculten o menosprecien sus aportaciones, ellas estuvieron ahí y hoy las traemos en un justo ejercicio de memoria.


Experta Comité CEDAW/ONU.
@leticia_bonifaz