El feminismo es un movimiento cuyo motor han sido mujeres de distintas latitudes que se han ido pasando la voz y convenciendo de que hay que lograr una sociedad igualitaria, erradicando los esquemas de dominación en el que las mujeres juegan un rol secundario, invisible o minusvalorado. Se trata en palabras de Amelia Valcárcel, de “no aceptar la jerarquía sexual heredada junto con todos sus sobreentendidos”.

El movimiento mexicano está de luto porque tuvimos, en pocos días, dos grandes pérdidas. A finales de julio, Martha Sánchez Néstor fue hospitalizada de emergencia por Covid en Ometepec y pocos días después falleció. En las montañas de Guerrero y en todo México, la voz sonora, directa y precisa de Martha seguirá resonando durante mucho tiempo en simas y cañadas.

Martha fue víctima de discriminación constante por ser mujer y por ser indígena y fue parte de dos movimientos: el de resistencia indígena y el feminismo, en ellos se sintió cómoda y descubrió su capacidad de transformación manteniendo con orgullo sus orígenes.

Falleció a los 47 años con toda una vida por delante, con muchas luchas por librar y mucho también por cosechar. Se fue —aunque no del todo— una mujer eterna e imprescindible.

Días más tarde, el 9 del presente, corrió la noticia del fallecimiento en Nuevo León de María Elena Chapa, la chapita, como cariñosamente le decíamos. Ella fue diagnosticada con cáncer de pulmón hace algunos meses y, desafortunadamente, no se pudo frenar el avance de la enfermedad a pesar de las quimioterapias de las que nos mantuvo al tanto con gran entereza. Tere Incháustegui dijo, atinadamente, que María Elena “se fue en paz y siempre consciente de su vida y de su muerte”. Falleció a los 77 años. Ella es y será un referente del feminismo en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI. María Elena vio cómo fue consolidándose el movimiento feminista a partir de la autoconciencia. De mujeres exitosas aisladas a redes de mujeres plurales con un objetivo claro: la igualdad. Optó por la lucha institucionalizada, fue diputada, senadora y representante de México en foros internacionales. Beijing el más importante.

Fue una líder que construyó puentes y derribó el mito de que las mujeres no podemos tejer alianzas. Asimismo, sostuvo con firmeza que, en la arena política, los derechos de las mujeres no son negociables.

María Elena se fue optimista respecto del futuro, pero a la vez, preocupada por las constantes amenazas de retroceso. Deja enseñanzas, huella profunda y una cauda de seguidoras porque le apostó —sin sentirse imprescindible—, al relevo generacional en el movimiento.

Maru López Brun le dirigió este himno de sororidad: “Chapa adorada: te pienso todo el tiempo… mira nomás cómo nos traes… llora y llora y atareadas en la coperacha para tus flores… hartas flores para ti maestra y hartas lágrimas. Aquí estamos todas abrazándote, acompañándote, cuidándote mientras nos volvamos a encontrar. Aunque acá, ¿sabes? estarás entre nosotras hasta siempre”.

Hasta siempre queridas Martha y María Elena. No calladitas se vieron siempre muy bonitas. Dos estilos. Dos formas de ser. Dos maneras de enfrentar la vida y de construir un mundo más amplio e incluyente. Tuvieron concepciones complementarias. Dos formas de encauzar la fuerza. Dos maneras de expresar el coraje y —por supuesto— de soñar.

Dos mujeres emblemáticas se han ido —aunque no del todo.

Experta Comité CEDAW/ONU.
@leticia_bonifaz