El movimiento feminista es a la vez feminismo en movimiento cuando las calles se llenan de mujeres marchando y gritando consignas. Después de la pausa a la que nos obligó la pandemia, el pasado martes volvimos a salir, renovadas, esperanzadas, animadas, sororas, empoderadas, vitales, sin miedo, decididas a mantenernos unidas en el tramo que falta en este largo camino hacia la igualdad.

En su gran mayoría, las asistentes a la marcha fueron mujeres jóvenes, quienes, afortunadamente, tienen mayor conciencia de sus derechos y de su potencial comparado con el de todas las mujeres de generaciones pasadas y eso es una gran noticia. Creen en sí mismas y en su capacidad transformadora. Están seguras de que el patriarcado va a caer porque lo están tirando y, con él, se irán todas las consecuencias negativas que ha traído ese desigual sistema de organización social basado en la dominación de un sexo sobre el otro.

Hay muchos tabiques puestos en la construcción del nuevo edificio que terminará por alzarse sobre las ruinas del anterior. En esa tarea contribuirán hombres y mujeres en un plano de igualdad.

¿Por qué tanto optimismo? Los ríos de mujeres sobre el Paseo de la Reforma me hicieron sentir así. Me gustó que no hubiera colores partidistas diferenciadores, sino el convocante morado, que en este mes combina con las jacarandas que han atestiguado las últimas concentraciones de una multitud que camina, salta, canta, se abraza, alza la voz y empuña la mano.

Las mujeres de hoy, como se vio en la marcha, invitan, sobre todo, a no guardar silencio, a no quedarse calladas como lo hicieron sus madres y sus abuelas. Tienen una voz propia con una enorme resonancia gracias a que otras lo replican en un eco infinito.

Las marchas han sido presencia y rompimiento del silencio. Voces individuales que se tornan colectivas. Es una forma de hacerse ver y de hacerse escuchar. La ausencia de una mujer se vuelve su presencia de muchas. Mi percepción es que las mujeres mexicanas jóvenes ya encontraron otra manera de estar en este mundo, en este continente, en este país, en esta ciudad y en su barrio. Y esa forma de ser y estar es la que va a impactar y transformar el futuro inmediato.

El objetivo es claro: no vivir más violencia ni discriminación en la casa, en la escuela, en el trabajo, en el espacio público. El camino va hacia la cero tolerancia y el cero silencio: hablar, contar, creer, acompañar.

Son muchas las últimas gotas las que han derramado muchos vasos. Eso se traduce en el hartazgo expresado en el ¡ya basta! Esta generación de la inmediatez no tiene tiempo para seguir esperando. Sus plazos son más cortos y apretados comparados con los de la sala de espera en la que estuvieron sus ancestras.

Después de un ocho de marzo esperanzador viene el día a día y toda la fuerza y confianza acumulada con el acompañamiento de la marcha, tiene que orientarse hacia cambios radicales en los espacios inmediatos. La gran manifestación tiene que trascender hacia lo privado. Cada oveja feminista de la familia, como se leía en una pancarta, tiene que continuar con su tarea incesante de señalar y cuestionar cada conducta machista observada, en el espacio que sea y frente a quien sea. Estamos en un proceso educativo donde las más jóvenes traen muchas herramientas pedagógicas consigo para generar conciencia y más conciencia. En la marcha pudimos leer el futuro en una bola morada de cristal.


Experta Comité CEDAW/ONU.
@leticia_bonifaz

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