No puedo más que celebrar que se encuentren soluciones creativas o compromisos políticos para quitar impulso a la trayectoria confrontacional que adquirió en su arranque la propuesta de reforma eléctrica. Un poquito de serenidad por favor.

Sabido es que los populistas tienden a estar movilizados permanentemente y, por tanto, requieren causas que los mantengan en modo de campaña: estás conmigo o en contra. Ese es su código genético y no cambiará, pero sí se puede suavizar su tono. El Presidente es afecto a abrir debates, lo delicado es que al ver disminuida su fuerza parlamentaria lo hace con acentos cada vez más polarizadores. Vivimos en una especie de 2006 permanente. Ese es el ecosistema que el gobierno encuentra más cómodo para reproducir su discurso que no logra fructificar en clave constructiva. Es una acción política cuyo nutriente es la confrontación. Llamar traidores a la patria a los opositores a la reforma y plantear el dilema: pueblo/empresas no es un preámbulo hospitalario para discutir. No anticipa argumentos que expliquen cosas relativamente sencillas como el fundamento del optimismo gubernamental de que la CFE será en el futuro, una empresa modélica y ambientalmente responsable; no hay evidencia de que las empresas públicas en este país no hayan incurrido en un burocratismo paralizador y de su captura por sindicatos, contratistas y funcionarios.

Es falso que señalar que afirmar esto sea tener una visión negativa de lo público. Hay muchas instituciones como la UNAM, el Colegio de México, las Fuerzas Armadas, el INE, el SEM, el INAH e incluso el IMSS, si me apuran, de las que este país está orgulloso. Pero me costaría citar una empresa pública de servicios que haya dado buen resultado ya sea en teléfonos, aeronáutica civil, energéticos, correos. Si la CFE fuese tan buena como esta administración supone que puede llegar a ser, estoy seguro de que la mitad de los industriales de este país le comprarían la energía y no (como ahora lo hacen) a “privados rapaces”. Hoy por hoy, la CFE tiene el monopolio de la venta y distribución a los hogares, pero eso no parece bastarle. Quiere una tajada más grande del pastel, pero, ¿es eso lo que conviene al desarrollo del país? o ¿es el triunfo del optimismo estatista sobre la experiencia de los consumidores y los usuarios?

Sospecho que existen áreas de oportunidad para mejorar y ojalá se encuentre un compromiso. Tal vez subsidios obsoletos u ordenar el mercado con una transición que dé certidumbre a quienes tienen permisos y temas (como el porteo) que el gobierno considera prioritarios; pero poco ayuda a crear una disposición de escucha cuando el Presidente llama ladronas a las empresas y, para sorpresa mía, éstas, en un ejercicio que oscila entre la prudencia y la pusilanimidad, callan, dejando en el ánimo público la idea de que conceden.

Entiendo que muchos líderes empresariales, que funcionan más como políticos que como empresarios, prefieren no confrontar al gobierno, pero que marcas emblemáticas se dejen llamar ladronas sin deslindarse de la acusación es muy grave. El debate en el país se empobrece y el prestigio del sector privado se encoge, pues no defienden su integridad. No me hago ilusiones de que esto vaya a cambiar mucho porque finalmente la generación de la transición sigue gobernando, pero sí espero que le bajemos dos rayitas y se encuentren salidas y compromisos para moderar el nivel de confrontación y cooperar.

Analista político.
@leonardocurzio

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