Es cada vez más claro que México tiene una grave crisis de racionalidad, es decir de articulación entre fines y medios. La forma en que discute sus problemas lo refleja de forma inobjetable. En el plano de la seguridad ha sido evidente el desacompasamiento; se piden responsabilidades por los crímenes y retocar la estrategia y la respuesta del gobierno es que ¡se niega a disparar desde helicópteros artillados! Una escena de familia disfuncional.

Lo mismo ocurre con el tema migratorio. Nos llenamos la boca diciendo lo que deberían hacer los demás y no nos percatamos que la propensión a emigrar ha rebotado, cada vez más compatriotas salen en busca de oportunidades el mercado laboral norteamericano. Toda la palabrería del país que está “requete” bién y de la cobertura de los programas sociales, queda en entredicho cuando se ven las cifras de migrantes que quieren cruzar la frontera y huir de esta sucursal del paraíso terrenal que cuenta la propaganda gubernamental.

Pero en el fondo, el gran tema sigue siendo el que el gobierno se empeña en eludir, porque (supongo) no tiene ni idea de cómo enfrentarlo. Es un problema estructural que tiene tres ramificaciones principales que se conectan de mil maneras. La primera es el bajo crecimiento de la economía que este gobierno no ha hecho más que profundizar con sus oscilaciones estratégicas y sus diatribas antiempresariales alternadas con periodos de acercamiento y pacificación. La inversión sigue sin fluir en los montos requeridos, este gobierno no se ha tomado en serio la conducción económica en ese frente con la seriedad que ha conducido las finanzas públicas donde ha demostrado una notable disciplina. La economía sigue sin crecer lo necesario y cerraremos el sexenio con niveles semejantes al del 2018.

La segunda ramificación tiene que ver con la productividad del país, que por muchos años ha sido un mecanismo de frenado del desarrollo y los salarios. El empeño gubernamental para mejorar el sistema educativo y la cultura laboral está ausente en el discurso de las mañaneras. De alguna manera se asume que la productividad se va a arreglar sola sin la participación concurrente del sector privado, el educativo y el Conacyt. Es triste ver cómo seguimos siendo un país que trabaja más horas que el promedio de la OCDE y sin embargo tenemos los salarios más bajos y las vacaciones más breves. De todos los mercados laborales de ese selecto grupo de países el mexicano es el peor.

Me detengo en este último punto y lo ligo con la migración. El Inegi dio a conocer los datos relativos al empleo. De los más de 57 millones de personas que trabajan en el país, cerca de 39 millones ganan menos de 2 salarios mínimos. Solo 1 millón gana más de 5SM. Esto, en otras palabras: millones de compatriotas que hacen lo correcto, trabajar para vivir y ser buenos ciudadanos de la nación, son presas de una economía que no les paga suficiente para tener una vida decorosa. El gobierno les esquilma el 16% de sus ingresos (vía consumo) y les cobra cualquier servicio que pueda, sin retribuirles servicios que compensen la debilidad de los salarios. Pienso en servicios de salud o educativos o equipamiento urbano o transporte público digno.

Este país sigue discutiendo asuntos superfluos como una nueva reforma electoral y se desentiende de la grave paradoja nacional que es tener una economía vibrante que distribuya mejor el ingreso y que permita a los buenos ciudadanos demostrar que se puede ganar el pan de manera honrada y digna: trabajando.

Analista
@leonardocurzio

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