Es irresistible comentar en el día nacional las declaraciones de Margarita Ríos-Farjat, titular del SAT. Es indudable que es una persona culta y creativa al innovar con el lenguaje; yo no había oído eso del patriotismo fiscal. El concepto es atractivo y engloba las obligaciones fundamentales de los contribuyentes. Además, está cargada de razón en sus argumentos. Todos tenemos la obligación de contribuir con el gasto público y hacerlo de manera equitativa y progresiva.

Una pregunta paralela es: ¿por qué, si el mexicano muestra un enorme orgullo de pertenencia no hemos logrado que el patriotismo fiscal arraigue? Una hipótesis: los mexicanos no sentimos que el Estado sea nuestro y eso debilita nuestra cultura fiscal. Las arengas de Ríos-Farjat se topan con una realidad terrible y es que en la vida cotidiana, el Estado, es en el mejor de los casos, un acompañante distante y, en el peor, un estorbo. Un estorbo que tienes que financiar con más de un tercio del ingreso que generas y con 16% de tu consumo, amén de todos los IEPS, impuestos a gasolina, tenencias y servicios.

En la vida cotidiana el Estado está lejos de ser un generador  de certidumbres. El gobierno federal pasa más tiempo explicando por qué no puede hacer las cosas, que generando servicios públicos igualadores (para todos) y de calidad. El común de los mexicanos se encuentra con un Estado que no provee seguridad, que mantiene con una infraestructura decadente y nos cuesta la bicoca de 6 billones de pesos al año. ¿Dónde está el gobierno cuando las carreteras están saturadas de transporte pesado? ¿Dónde está el Estado nacional mejorando las casetas de peaje que en estos días de puente se convierten en un insufrible embudo? ¿Dónde está el Estado cuando, para sorpresa de muchos, algunos de los cuerpos de la administración cumplen una función contraria para la que fueron concebidos? En días pasados una parte de la Policía Federal no solamente no garantizaba el libre flujo de los ciudadanos, ¡sino que ellos mismos eran los causantes del bloqueo! El gobierno de la ciudad pedía disculpas a quienes no pudieron llegar a tiempo a sus vuelos. Y paralelamente el cuerpo magisterial de algunas zonas del país impedía el trabajo de la representación nacional, lo que ha obligado al gobierno a tomar nota de sus pretensiones y convertirlas en ley. Cuando ves estas cosas se debilita el patriotismo fiscal. Qué amargo es pagar impuestos para ver cómo el Estado parece pintado.

No comulgo con quienes sugieren que se pagarán más impuestos cuando se vean buenos servicios, Hay que pagar impuestos ahora para poder ser parte de la solución, pero tenemos derecho a preguntar por qué el Estado parece más preocupado por cobrar, que por cumplir; o por castigar (con una legislación casi de emergencia, que ha llevado al Presidente a descalificar la función opositora a quienes no solamente ha llamado moralmente derrotados, sino a cuestionar su calidad de representantes) que por persuadir o abrir canales de formalización. Me parece más eficaz castigar a las factureras con vigor (se lo merecen) y no lanzar amenazas generales que solo alborotan la gallera. Eficacia discreta es mejor que tribunos encedidos.

Entiendo las presiones del SAT y la necesidad de castigar a evasores; lo que no es apropiado es que se conviertan en un fin en sí mismo. El patriotismo (y la responsabilidad) se perfeccionan con ejemplos irrefutables y una demostración cotidiana de que los impuestos serán cobrados (nadie debe sentir que puede evadir los ojos del SAT porque se le cae el pelo) y que los recursos trabajan en beneficio de los ciudadanos y no solo para sufragar el muy costoso gobierno que ni reduce las desigualdades, ni mejora los servicios públicos y que tampoco aumenta la inversión directa. Tenemos un gobierno costoso, (6 billones de pesos) y poco eficiente en buena parte de sus áreas. El patriotismo fiscal crecerá en la medida en que el gobierno no sea un ogro succionador de recursos sino un protector del ciudadano y también cuando se universalice la infalibilidad discreta del SAT: si no pagas te caen, pero sin alharacas declarativas o legislaciones especiales. Yo creo, como Víctor Manuel, que cuando se habla de la patria es mejor sentirla muy adentro que ser su salvador, por repetir su nombre no te armas de razón, aquí cabemos todos (y pagamos) o no cabe no Dios.

Analista político. @leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS