El país debe enfocar mejor su circunstancia para no frustrarse con lo que se perfila como otro sexenio inercial . Leo a colegas deplorar los monólogos presidenciales y me pregunto: ¿en qué momento ha existido algo parecido a un diálogo desde 2018? Lo que hemos tenido es un discurso disciplinado y potente, pero avasallador y revanchista. No hay día en que los agravios no afloren. En Palacio no hay paz. Los fantasmas de 2006 han embrujado la casa y contaminado la esperanza de cambio. La 4T , más que construcción de algo nuevo, es un ajuste de cuentas. AMLO no quiso ser el magnánimo ganador sino el látigo de sus adversarios. En 2018, queda hoy claro, no operó una transición democrática (esa arrancó en 1997), lo que sí ocurrió fue un cambio del eje de rotación del planeta político. La misma cultura política que explicó al viejo régimen, hoy es el sustento ruidoso y cortesano de la 4T. No es que llegaran al poder demócratas, cuya lengua materna fuese el pluralismo y la tolerancia; la izquierda, hoy fuerza hegemónica , ha demostrado que los fundamentos culturales de su libreto no son muy diferentes de sus predecesores. La base de la cultura autoritaria mexicana permanece incólume. Usar las mayorías para imponer, no para convencer.

De la Riva nos enseñó, hace varios años, que hay más o menos un tercio de los mexicanos (a los que llamaba resistentes) que son impermeables a la crítica. Les irrita que se critique a las instituciones y en particular al Presidente. Son el fundamento de una preciudadanía que agradece cualquier gestión política porque no están acostumbrados a ejercer derechos. No reclaman, por ejemplo, el no tener agua corriente y continua, pero agradecen al gobierno les condone el pago. Ese segmento valora un sistema escolar sin calidad simplemente porque está ahí y está dispuesto a premiar a un gobierno que les subvencione el transporte, aunque sea de ínfima calidad. Es un segmento leal al partido que gobierna, los colores son lo de menos. Antes lo llamaban con desprecio “voto verde”.

Hay también una clase media baja, que hoy pulula en las redes sociales y que tiene una acendrada animadversión a la crítica. Eran las fuerzas vivas del PRI en las urbes, sus cuadros medios en busca de hueso. No le gustan los intelectuales y periodistas críticos (ellos son amigos del “vamos muy bien”) porque no ven en la crítica un elemento equilibrador de la narrativa oficial, sino mala leche de “intelectuales de boca maloliente” como llamaban a Scherer y cía. en los 70. Son los receptores del “ya chole” que tanto el gobierno de AMLO como el de Peña Nieto han usado.

Tampoco sorprende el ejercicio acrobático de los llamados maromeros. Su función es apoyar: Peña era el salvador de México y AMLO el mismísimo Jesús. Lo central es desviar la crítica al gobierno actual y centrarla en los anteriores o en Bolsonaro si hace falta. Con otros nombres cumplen las mismas funciones. Los que quedan en peor posición son los otrora críticos de principios como la sobrerrepresentación, la militarización, la defensa de los derechos humanos o los recortes a la cultura, quienes ahora tienen mil razones para callarse. Los que denunciaron la compra de líneas editoriales, caminan sobre ascuas cuando un propagandista del gobierno recibe créditos por 150 millones. No debe ser fácil justificar, pero lo hacen. Como tampoco es fácil explicar sus silencios cuando el Ejecutivo lincha a un miembro del Colegio Nacional . No hay como estar en el poder para demostrar cuáles son tus principios. Todo gobierno tiene sus bases sociológicas y alinea intereses. La gente defiende los propios. Lo chocante es que se presente como transformación lo que es un simple cambio del eje de rotación. Es la ley de Herodes vista desde la izquierda. No son éticamente superiores.

Analista político.
@leonardocurzio