La incontenible facundia presidencial tiene múltiples efectos, algunos positivos para su causa y otros claramente negativos para su balance. En su más reciente libro (El imperio de los otros datos), Luis Estrada hace un recuento que deja mal parado a un mandatario que hoy sigue teniendo un megáfono potente y mucha credibilidad, pero la verdad termina siempre por alcanzar a los políticos que avasallan. El segundo es el grave error en el que incurrió al revelar información reservada del Banco Central, lastimando la autoridad de la gobernadora entrante. Su reacción fue, sin embargo, rápida y, en mi opinión, correcta, al reconocer el error y pedir disculpas y así ahorrar a sus maromeros una argumentación rebuscada para justificar lo injustificable. El tercero es que con la palabrería insustancial sobre las tlayudas y las falsas polémicas sobre coberturas de medios y otros temas, AMLO sigue sin abordar la grave descomposición que hay al interior de su grupo más cercano. Con la revelación de Julio Scherer, podrá seguir polemizando artificialmente sobre el clasicismo y sugerir a sus protagonistas que sigan por esa vía, pero la disputa de su grupo más cercano está ahí.

El cuarto tiene que ver con los aciertos de su gobierno, los cuales tienden a esconderse porque en la galería de superficialidades que se abordan en la mañanera, no se pondera, por ejemplo, la relevancia que tiene la postura de México ante Naciones Unidas sobre la invasión rusa a Ucrania. La recepción de diputados del PT y Morena al embajador ruso creó un ruido innecesario y las licencias retóricas presidenciales sobre las prioridades del legislativo norteamericano para apoyar a Ucrania y no hacerle caso a sus planteamientos, impiden que el foco esté donde debería de estar.

La resolución franco-mexicana votada el jueves obtuvo el respaldo de 140 países y tiene la virtud de poner por encima de cualquier consideración o cálculo político la cuestión humanitaria. La posición del gobierno de México en Nueva York ha sido coherente y, en mi opinión, correcta y además defendida con gallardía por el encargado de la misión. Considero, en consecuencia, que el ruido de fondo no debería distraernos de lo que es la esencia de la postura mexicana que, paradójicamente, el jefe del Estado no ayuda a poner de relieve.

Es probable que sea una deformación profesional, pero a mí me parece mucho más interesante hablar de eso que gastar energía peleando con Lilly Téllez o Kenia López Rabadán sobre su opinión del aeropuerto. A estas alturas, es irrelevante lo que se opine sobre él, pues ya existe y ahora tendrá que demostrar que funciona.

La participación de México en el Consejo de Seguridad y en la Asamblea General de Naciones Unidas demuestra que el país tiene reservas importantes de autoridad moral en el plano internacional que deberíamos cuidar. Finalmente, la mayor parte de los países del mundo no registran las variaciones de gobierno, sino el prestigio de un país y creo que, en este caso, el gobierno de López Obrador abona a que México sea un actor creíble en el sistema multilateral, aunque al Presidente no parezca importarle demasiado o por lo menos, no le dé el espacio que el asunto merece en su mañanera.

Analista.
@leonardocurzio

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