Es interesante ver cómo, a estas alturas del sexenio, la verdad como moneda de cambio de la conversación pública vale menos que el peso en los años 80. La cantidad de improperios, falsedades, imprecisiones, invectivas y calumnias envenenan la atmósfera y todo ello es alentado, en importante proporción, desde el poder. Es tan extraño que se reconozca algo, que quedé sorprendido cuando el propio López-Gatell admitió que, durante meses, se aplicaron cuestionarios inútiles en los aeropuertos y que iban a retirarlos. Debería ser esta la normalidad en el debate público, reconocer que algo no ha funcionado y escuchar voces expertas que propongan mejores soluciones. El gobierno, en efecto, cada vez es más refractario a reconocer errores y responsabilidades en forma de declaración, pero debo reconocer que muestra ánimo de enmienda con gestos crípticos como la comida con el Consejo de Negocios en el Museo Kaluz.

No hay ningún elemento, sin embargo, para pensar que las cosas cambiarán radicalmente, pero espero que se suavice y a la larga la verdad se abra camino. Es interesante ver cómo se van dejando asentadas las posturas de cada cual en estos tiempos infames. EL UNIVERSAL lo hizo con la publicación de los textos de Heberto Castillo, Clouthier y Magaña , demostrando que cuando el poder centralizaba el discurso público, esta casa se abría a voces opositoras. El megáfono presidencial y sus ataques no podrán ocultar en el futuro que, en medio del griterío, quedó documentada como falsedad, la cantinela de que callaban como momias.

Lo mismo ha hecho Enrique Krauze al rescatar en un nuevo libro varios ensayos, que más allá de la ojeriza presidencial a su persona, la realidad es que un intelectual tiene forma de demostrar la consistencia de sus posturas críticas con los diferentes gobiernos. Lo podrán hacer polvo en redes sociales, pero todos esos ataques hacen crecer su estatura como intelectual público, porque finalmente los intelectuales, igual que los políticos, crecen o se empequeñecen en los momentos de adversidad. El sistemático ataque por parte del Presidente ha ubicado a Krauze como un referente ineludible en el debate sobre el futuro del país.

Con un ritmo impecable, Mauricio Merino presentó en la FIL un discurso ciceroniano con pruebas y referencias que lo proyectan a alturas todavía mayores de la que ha ganado como académico y consejero del IFE. Ese discurso queda para la historia, pues refleja una postura valiente que confronta sin matices y argumentos enredados que buscan diluir la responsabilidad, la esencia de la calumnia.

El mandatario ha dicho de los investigadores del CIDE, que no han estado a la altura. Ha quedado claro que él no es quien para determinar si un académico está a la altura, porque es evidente que ni los lee ni los oye. Una malsana pasión anti intelectual domina su ánimo; le gustan los propagandistas creativos, no los colaboradores que piensan.

Cada vez es más difícil, para quien cultiva la verdad y la autonomía de pensamiento, convalidar algunas diatribas presidenciales, crecientemente devaluadas, que mandan a la verdad al desván de los recuerdos. Pero igual que en los estadios el griterío y el ánimo de triunfo exaltan los ánimos de los aficionados, los partidos se acaban. Los balances se tendrán que hacer y si a los políticos se les evalúa por su legado, a los intelectuales por sus escritos los conoceréis. El poderoso será sometido al maxi proceso de la historia, los intelectuales lo serán al juicio de sus pares y lectores. En esta vida todo mundo paga peaje.

Analista político.
@leonardocurzio