Moisés Naím propone la revisión de un guion para el ejercicio de poder que se replica desde Hungría hasta América. En su nuevo libro caracteriza a los líderes 3 P que usan para gobernar el populismo, la polarización y la posverdad.

El populismo, que convive con la democracia como planta parásita, tiende a generar híbridos, pues su capacidad de reproducción o rutiniziación es escasa. Al populismo obradorista, por ejemplo, cada vez le cuesta más mantenerse como fuerza democrática, pues se ha centrado en una estrategia de confrontación con las instituciones democráticas por una necesidad de movilización permanente (y muchas veces ilegal) del líder. Acabamos de ver cómo la revocación lleva al callejón sin salida de fomentar el culto a la personalidad sin que el líder pueda reelegirse, porque rompería el pacto democrático. ¿Para qué quiere fuerza política en su jubilación? Todas las variantes del “necesariato” llevan a un endurecimiento del régimen y por tanto en vez de ser una democracia colonizada por el populismo, pasaríamos directamente a un régimen autoritario. Ya lo vimos en el revocatorio: las reglas y la ley se las pasaron por la entrepierna. Si esa fuese la constante en los procesos electorales de junio, el país habría experimentado una regresión autoritaria. La frontera es tenue, pero seguimos siendo formalmente una república regida por la ley.

Lo interesante del libro de Naím es que si los neopopulistas despliegan fuerzas centrífugas que debilitan el poder, también despiertan nuevas fuerzas centrípetas que tienden a concentrarlo. Así aparecen líderes como Orban y otros que han usado el mismo guion que vemos desplegarse en México. El populismo presenta un espacio político dividido entre dos bandos: el pueblo bueno y la mafia del poder; un pueblo traicionado y agraviado por una panda de ambiciosos que una y otra vez apartan al pueblo de su destino brillante. A partir de allí arranca el segundo componente del modelo 3P: demonizar a los adversarios. La estrategia polarizadora (por desgracia) suele tener buenos resultados. He escuchado incluso de gente muy versada decir que la polarización ha existido siempre en México y la comparan con la desigualdad. Me parece claro que son dos cosas diferentes. La polarización no busca explicar o condenar la desigualdad sino promover una identidad confrontadora: yo soy agraviado, tú eres privilegiado. Una dinámica que cancela una conversación saludable y se convierte más en la lógica de las porras, de la masa de fanáticos que gritan en un estadio y que sólo quiere escuchar que su equipo o su estrella son los mejores. Ya no habla de partidarios sino de “amlovers”, por tanto la contraparte sería los “amlohaters”, que es, de cuántas divisiones pueda tener una sociedad, la peor; porque en vez de discutir cada cosa en sus méritos se tiende a la idealización del líder (o lo contrario) con el que se simpatiza (o lo opuesto) como los fanáticos de los equipos de futbol. A estos viejos recursos de la política tradicional se agrega un tercero que tiene que ver con la posverdad. Los líderes no se limitan a contar mentiras y a repetirlas de manera inclemente para crear certeza entre sus fanáticos, sino que niegan la existencia de una realidad independiente, susceptible de verificarse: es el imperio de la posverdad. El líder 3p se dedica a enturbiar las aguas hasta que sea imposible distinguir la verdad y la mentira.

Los tres mecanismos juntos tienen la capacidad de frenar la tendencia al poder a debilitarse y dan gobernabilidad funcional, pero con un costo terrible, pues propenden a la antidemocracia y envilecen el espacio público al plagarlo de consignas y de mentiras obligando a la confrontación permanente.

Analista político.
@leonardocurzio