Con los niveles de polarización que tiene el país (en gran medida fomentados por la propia autoridad) es de notarse cómo, a pesar de los malos datos de la economía y los altos niveles de inseguridad, un segmento importante de la sociedad conserva esperanza de que las cosas mejorarán. Los datos así lo comprueban y es un capital que debe, a mi juicio, ser valorado a la hora de analizar la coyuntura. La gente no es obtusa y sabe que el gobierno no ha podido reducir la violencia ni el impacto de las organizaciones criminales en la vida cotidiana. Ha conseguido, si acaso, elaborar marometas argumentales (más o menos ingeniosas) para proveer de coartadas a los adictos.

La imparable violencia explica, en gran medida, el descalabro que ha tenido la aprobación presidencial en la última encuesta publicada por EL UNIVERSAL (http://eluni.mx/s2dc1f). Un año de gobierno, sin resultados palpables, genera desgaste. Sin embargo, casi seis de cada 10 compatriotas lo valoran (58.7%) positivamente; ha perdido (eso sí) esa semiunanimidad que tenía hace algunos meses en los que ocho de cada 10 mexicanos confiaban en él. El desgaste y la falta de renovación del discurso completan el cuadro. Sus inclementes repeticiones durante casi año y medio fatigan a los menos pacientes. Buena parte de sus conferencias no aporta nada, salvo la misma ideología y propaganda en dosis cotidianas. Pero su enorme logro es que la esperanza sigue anidando en el corazón de la gente, el 55.5% sigue creyendo, según esa misma encuesta, que las cosas mejorarán y su vida será diferente.

La esperanza no tiene contornos definidos, pero es muy poderosa como instrumento y no sé bien qué imaginan quienes todos los días suben al pesero, tienen salarios inferiores a los 7 mil pesos y reciben servicios públicos de mala calidad, pero considero positivo que crean que el gobierno va a cambiar en un futuro cercano su condición. ¿Ingenuidad? Tal vez. Pero me pregunto con sinceridad si no es mejor eso, a un pueblo desencantado y frustrado cuando el Presidente amado por el pueblo llega al primer año de su mandato sin demasiado qué ofrecer. Imaginar cinco años de lento declinar (que es lo que la tendencia de algunos indicadores sugiere) me parece desalentador. Buena parte de las elites comprueba que las promesas de que los abrazos reemplazarían a los balazos y que la austeridad iba a liberar cascadas de recursos no han llegado, ni llegarán. Por tanto, admiro esa disposición del alma nacional a renovar su confianza en AMLO; la mayoría de los mexicanos sigue, a pesar de todo, teniendo un superávit de esperanza.

Igualmente sorprendente es la compenetración que el mandatario ha conseguido no solo para vender esperanza en la gente, sino para comprar tiempo. Tiene buen crédito en el tribunal de la opinión pública. Casi la mitad de los encuestados dicen que al gobierno hay que tenerle paciencia para que dé resultados. A diferencia de lo que ha ocurrido con otras administraciones a las cuales se les da un plazo perentorio para rendir cuentas, a ésta, el 45.4 % ha decidido fiarle. “Ya cumplirá”, piensa la gente, dénle tiempo y no lo estén molestando y criticando. A pesar del previsible deterioro del PIB per cápita, de la (mala) calidad de los servicios públicos y miles de muertos, el jefe del Ejecutivo no es todavía llamado a capítulo por las políticas desplegadas. La gente opina que hay que darle tiempo y el tiempo en política es un crédito muy valioso que al final (todo hay que decirlo) tendrá que pagar con intereses. Por ahora empero sigue disfrutando de una tarjeta platino en el corazón del pueblo. Ojalá no se lo gaste en polémicas insustanciales o en promover un culto a la personalidad acallando críticas (no con los tradicionales telefonazos, pero sí con la estigmatización que actúa como las pambas en las escuelas; cada vez más gente piensa que es mejor no criticarlo y así evitar acoso en las redes y otras posibles consecuencias; el miedo es también un valor político que usan los gobiernos), sino para qué generar seguridad, certidumbre, prosperidad, infraestructura y permitir que la gente construya su felicidad.


Analista político.
@leonardo curzio

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