Si tan desencaminado estuviese lo que dice The Economist, fácil le resultaría al gobierno desmentirlo. Más allá del comprensible enojo de que comparen a AMLO con Bolsonaro, Trump, Modi u Orban, y de que llamen a votar en su contra, es palmario que no se ha hecho un esfuerzo por enfrentar con argumentos lo que dice el semanario. Argumentar significa explicar (si esto es posible) por qué la amenaza de suprimir a los organismos constitucionales autónomos, controlar la Suprema Corte o vaciar de contenido al Poder Legislativo al privarlo de su función principal (confeccionar el presupuesto y legislar), no es una amenaza a la democracia, sino una saludable transformación. La 4T tiene millones de seguidores, moneros, propagandistas y devotos pero carece de desarrollo teórico. Su cuerpo doctrinal son las mañaneras y por eso en vez de argumentar opta por descalificar.

Es curioso que una de las claves para replicar al semanario sea el título de un famoso libro de Julliard: La falla de las élites. Un texto visionario de los 90. Yo sugiero leerlo; Julliard dice, entre otras cosas, que el opio del pueblo no es ya la religión, sino la política. Tenemos pueblos narcotizados por políticas simplificadoras y populistas.

La réplica oficial se funda en que las élites no entienden lo que está ocurriendo en el país y que, a pesar de las críticas, el gobierno mantiene un alto nivel de aceptación. Verdad incuestionable esta última, que sin embargo se encuentra siempre en un callejón sin salida argumental, pues las mismas encuestas que aprueban al Ejecutivo, indican que el rumbo político del país no es el correcto. Hay, en efecto, aprobación de la gestión de la pandemia, pero ni la seguridad, ni la economía tienen ese nivel de aceptación. A menos que aceptemos que el pueblo es sabio en ciertos capítulos y no en otros, la evaluación general es que este país tiene un presidente muy popular, pero su gobierno no ha arrojado los resultados prometidos. Podemos explicar por qué no hay crecimiento económico o por qué 2/3 de la población vive con miedo en sus comunidades, pero a menos que el pueblo tenga la misma enfermedad de las élites (incapacidad de entender), el diagnóstico es convergente: el mandatario está bien evaluado, pero el país no es más próspero ni más seguro y no se ve claro que una concetración de poderes en el Ejecutivo vaya a resolver esto.

Sorprende, además, la reacción de la 4T a la publicación, porque queda claro que no la consultan; The Economist toma postura sobre los procesos políticos en donde considera que puede influir y sus críticas a China, Taiwán, Trump, o la UE son razonadas y coherentes con la ideología liberal. El presidente decidió no argumentar, sino escudarse en el torreón de la credibilidad, como si fuese una competencia atlética y la esfera de lo político hoy fuese más creíble que la mediática. La credibilidad se construye con el tiempo y la coherencia, y no es un ejercicio que se mida con la popularidad. Ser popular y querido no significa tener razón. Me sorprende que López Obrador, que ha pasado por las mieles del amor popular, pero también conoce el desierto del olvido, no recuerde cómo caen los ángeles de Palacio. Salinas fue muy popular y ganó la intermedias del 1991, pero su proyecto estaba herido de muerte por que no escuchaba, ni incluía.

Finalmente impacta, aunque tampoco tanto, que la izquierda curtida en el debate democrático, se haya convertido en la expresión más abyecta del culto a la personalidad. ¿Cómo se atreven a criticar al presidente? Supongo que más de uno se sonrojará al recordar cómo los gobiernos autoritarios intentaban descalificar a la prensa internacional por decir que sus artículos eran maquinaciones de la CIA. Algunos recordarán también que ese mismo semanario fue el que le asestó el golpe más terrible a la línea argumental a Peña Nieto.

Analista político.
@leonardocurzio