La propuesta de reformas constitucionales es tan previsible como desconcertante. Previsible porque el presidente ha demostrado una tenacidad, digna de mejor causa, para imponer sus puntos de vista y cobrar venganza de quien considera se la debe. Desconcertante porque no sólo le quita capacidad narrativa a Claudia Sheinbaum, le pone sobre los hombros argumentos cargados de pasado. Un discurso concentrador del poder que no parece compatible con las nuevas sensibilidades que exige un México globalizado. Es, además, una humillación innecesaria a su candidata, pues si cree en las encuestas de Covarrubias, de De Las Heras o las del prestigiado Jorge Buendía, no debería tener ningún problema para ganar la elección presidencial con amplitud. ¿O tienen un escenario diferente en Palacio? El mensaje subyacente es la máxima leninista: “La confianza es buena, el control es mejor”. Mientras Claudia intenta quitarse la sombra del maximato y afirmar su propia personalidad política, con la imposición de las reformas como líneas de comunicación pierde espacio político para mandar mensajes diferenciados.

El presidente parece decidido a ser el niño de la fiesta y tomar una actitud protagónica en los últimos meses de su sexenio, para que quede claro que tanto el triunfo de Claudia como la integración del Legislativo, es mérito suyo. Resulta perfectamente verosímil (en un presidente que tiende a ver el mundo solamente desde su escritorio) que todos los méritos sean propios y ni Claudia ni su partido parecen ofrecerle las garantías del apabullante triunfo que espera tener.

Las reformas (además de eclipsar la capacidad de propuesta de la candidata) son, en términos generales, una mala idea por tres razones:

1. No le agregan un sólo punto al PIB. Crean una innecesaria incertidumbre en el sector eléctrico al frenar inversiones y dejan abiertas las disputas con América del Norte y Europa por parte de empresas que han invertido en México.

2. Comprometen las finanzas públicas. Sin una ampliación de los recursos fiscales, nadie cree que con el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado y la finalización de las obras públicas faraónicas, haya suficiente dinero para cumplir con las promesas.

3. Nos lleva a una discusión improductiva y arcaica sobre reformas electorales y maniobras de acoso y derribo al Poder Judicial y los órganos autónomos.

Es muy difícil sostener que esas propuestas mejorarán la democracia (y no se ve la forma en que una propuesta modernizadora de la economía pasaría por cepillarse al IFT o Cofece). Quieren desaparecer hasta el Coneval. Tampoco creo que sea fácil explicar en los foros especializados que elegir jueces o establecer tribunales disciplinarios sea buena idea, en todo caso no es compatible con una economía de mercado abierta.

Menos mal que en este país la no reelección y el sufragio efectivo siguen vigentes, pero a juzgar por el ánimo presidencial no parece tener ganas de disfrutar de un dorado retiro, viviendo de sus derechos de autor y saboreando la gloria del deber cumplido. Con sus reformas el presidente se contradice a sí mismo, pues hace unos años decía que lo esencial de la transformación nacional ya se había logrado y ahora, con este paquete de reformas, queda claro que o tiene miedo de que gane la oposición, o no confía en que Claudia vaya a seguir sus dictados al pie de la letra. En cualquier caso, tendrá que reconocer que su sexenio termina con mucha más discordia republicana que como empezó, lo cual prueba que este país no está en paz ni en el ámbito de la seguridad ni en el ámbito político institucional.

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