Era de esperarse que alguien que ha hecho campaña revindicando su origen científico y cuya historia de vida está ligada a la universidad, tuviera un apoyo explicíto en la comunidad universitaria que, tardíamente, pero numerosa, ha arropado a Claudia Sheinbaum. Hubo un acto previo en Santo Domingo, aunque se antojaba que después del aparatoso apoyo a Xóchitl de numerosas figuras de la vida académica, se publicara un desplegado en su favor. No es cuestión de comparar nombres, porque de un lado y otro hay gente con mucho peso, pero ciertamente el efecto inicial del desplegado pro Xóchitl impactaba ver a tres exrectores de la UNAM, a Eduardo Matos Moctezuma, a Enrique Cárdenas, Gabriel Zaid y a Roger Bartra, gente con enorme trayectoria propia y no ligada a la administración pública, lo que obligó al oficialismo a subir 900 nombres para equilibrar la balanza al frente de los cuales iban De la Fuente, Poniatowska, Meyer y Basáñez, entre otros.

Entre los abajo firmantes que apoyan a Sheinbaum figuran muchos de los que ya están encartados para su gabinete o han ocupado posiciones de relieve en la administración López Obrador, además de exsecretarios y figuras que han venido construyendo de la mano de la doctora su proyecto presidencial. De hecho, usan explícitamente la primera persona del plural diciendo “ganaremos las elecciones”. No hay alteridad en el planteamiento, se sienten parte del proyecto, cantan el rap del optimista y apuestan por la continuidad; hablan de consolidar un país más justo y próspero y fortalecer la democracia, dando por supuesto que no se ha debilitado en este sexenio. Hablan de una democracia para todas y todos, que ha funcionado, en cualquier caso, para ellos.

Por el lado de los intelectuales que apoyan a Xóchitl el grupo es más heterogéneo en sus orígenes y tradiciones y no incluye a los que están directamente colaborando en su equipo de gobierno. El apoyo a Xóchitl no se expresa desde el optimismo del ganador, sino desde la preocupación de una deriva autoritaria. Subrayan la confrontación entre autoritarismo y democracia. No asumen el planteamiento hegemónico de que la democracia hoy es incluyente, argumentan, por el contrario, que la polarización puede desembocar en que el polo hegemónico acabe por aplastar a los adversarios como si fuesen enemigos. En este sexenio se ha perseguido a científicos usando la fiscalía y se ha estigmatizado a la crítica con sevicia. Ellos cantan el blues de la desolación.

Más allá de los orígenes y los proyectos personales de los abajo firmantes de ambos desplegados, lo más llamativo es la diferencia que el estamento intelectual tiene sobre la situación del país y su futuro. Las visiones no pueden ser más contrapuestas. En los dos grupos habrá matices y prudentes silencios, muchos de los optimistas no se expresaron cuando el presidente vapuleaba a la UNAM o desfiguró al CIDE (por cierto su director es uno de los optimistas) y tampoco han reaccionado a la debacle educativa y sanitaria. Lo mismo se dirá de los desolados que no han tomado distancia crítica de las desprestigiadas burocracias partidistas derrotadas en 2108 y que se han aferrado a sus sillones y curules.

Bueno sería, en cualquier caso, que resuelto el tema electoral se reduzca la polarización y el país encuentre un rumbo más cooperativo en el que ningún demócrata sienta que es un peligro para otro; que el gobierno surgido de las urnas no desprecie el mérito como lo ha hecho este gobierno de bachilleres, pasantes y ayudantes y reclute a los mejores; pero, por encima de todo, que no inspire miedo o inquietud por un proceder atrabiliario y amenazante.

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