Un gobierno que ha apostado todo a la comunicación llega a su cuarto año con un severo problema de retroalimentación. El flujo es de salida, pero la vuelta parece bloqueada. El presidente habla incansablemente todas las mañanas, pero la comunicación ha dejado de ser de ida y vuelta.

Es de tal manera determinante en la expresión gubernamental lo que piensa AMLO, que todo el cuerpo de asesores se ha plegado a complacer al presidente, con independencia de sus propios criterios y en la mañanera sus periodistas “chayoteros” es decir los que viven de las propinas gubernamentales, se dedican a preguntarle sobre los temas que le son gratos o propicios para largas y repetitivas alocuciones.

Lo que ocurre en las calles no necesariamente llega a Palacio.  La propuesta de reforma electoral no obedece a ningún reclamo social profundo y la prueba es que en su primera fase harán asambleas para explicarla. Las reformas urgentes siempre se explican por sí mismas y no requieren de adoctrinamiento intenso. El sistema electoral de este país funciona y el alegato del ahorro es cuando menos solapado, porque se han gastado más de 1,500 millones en una innecesaria e intrascendente consulta de revocación y entonces no parece particularmente bien parado para predicar con el ejemplo. La propuesta de reforma puede poner en riesgo el ciclo democrático.

Cambiar las reglas electorales mientras está en el gobierno es un riesgo enorme y activa las alarmas de endurecimiento del régimen. Los ejemplos en América Latina sobran y la única manera canónica de cambiar las reglas de acceso al poder es mediante consensos constitucionales. La sociedad mexicana no está pidiendo nada parecido a lo que el gobierno propone, hoy los temas parecen estar mucho más volcados en la carestía y por supuesto la inseguridad que aparecen en todas las encuestas como las principales preocupaciones de la gente.

Como el gobierno ha decidido no escuchar porque su comunicación ya sólo es de ida y su reloj y su calendario son cada vez más apremiantes, supongo que tras tener que dar marcha atrás al sistema de compras centralizadas y al Insabi habrá una sensación de derrota. Ha sido perceptible también el dolor por el fracaso de las consultas y toda la palabrería de la democracia participativa así como la ley eléctrica, que no ha dejado satisfecho a nadie y que ha puesto la certeza económica y la sabiduría de la Corte en entredicho. Se quieren sacar la espina.

Los riesgos de gobernar en solitario se incrementan conforme pase el tiempo, pues en el círculo más cercano del presidente nadie se atreve ya a decir que ciertos desplantes son intolerables en un demócrata, como llamar traidores a la patria a los opositores o modificar a su antojo las reglas electorales.

Es probable que no consiga los votos para aprobar su propuesta y por tanto resulta interesante ver desde que lógica el presidente decide apostar tanto, no es remoto el riesgo de tener una tercera derrota tras la fallida consulta y la reforma eléctrica en cuestión de meses. La respuesta es que es el único juego en el que parece sentirse cómodamente situado: el del alegato político electoral, que ahora tendrá que hacer contra sí mismo, pues el único que está en condiciones de hacer fraude electoral hoy es su propio gobierno y si consiguen los cuatro gobernadores que las encuestas anticipan, será también su estructura territorial. Por tanto la reforma electoral parece más encaminada a validar cualquier trapacería que a darle a la República serenidad y concordia.

Analista. @leonardocurzio

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