Cuando un guion de película no cuaja, es fácil caer en la tentación de repetir los mismos chistes, los socorridos pastelazos. Algo similar acontece con la acción gubernamental, que parece haberse quedado sin ideas. Mientras el Consejo de estabilidad financiera (integrado por varias dependencias gubernamentales) replantea su balance de riesgos y hace notar la caída en el consumo y la inversión como lo más importante en el plano interno, el gobierno decide apostar, como prioridad, al recurso más choteado: oootra reforma electoral.

Modificar el sistema electoral desde el poder, es regresar a 1977. Hace 45 años Reyes Heroles abría el espacio para que las minorías convivieran de forma digna con las mayorías. Todas las reformas electorales han seguido un patrón de ampliación de derechos de las minorías y una mayor complejidad del órgano electoral en gran medida alentado por la desconfianza. Las primeras reformas se hicieron desde el poder hasta 1996, cuando nace la primera reforma de consenso en la que participó de manera activa López Obrador.

Desde entonces, las sucesivas modificaciones electorales han ocurrido para satisfacer agravios de la oposición, pero nunca del gobierno. Un gobierno, además, que ha sido electo con esas reglas en 2018 y ha refrendado en dos Legislaturas de la Cámara de Diputados su mayoría absoluta. Nada mal. Y a eso hay que agregar un incremento enorme del poder territorial de su partido. No tiene autoridad moral para decir que el funcionamiento general del sistema no favorece al partido del gobierno. El Presidente ha sido el emperador del spot y ningún político en la historia de México ha tenido más spots que él. Es el gran beneficiario de un sistema electoral que, en muchos sentidos, puede decirse que es su paternidad política más importante: que la comunicación no le gustaba, se cambia. Que si me llaman peligro, es guerra sucia; que si la fiscalización de campañas no es correcta, se amplía. Que las encuestas dicen no sé qué, se monitorean. El sistema electoral es un hijo putativo de AMLO y ahora lo quiere matar.

Es tan eficaz el INE que tuvo que resolver la elección del presidente nacional de Morena. Pueden avasallar, gritar y decir falsedades, pero Mario Delgado es el dirigente legítimo porque el INE resolvió el desorden que tenían. Como López Obrador es legítimo porque el proceso en el que fue electo resultó ejemplar y ha tenido mayorías en las cámaras porque el sistema electoral le ha conferido los triunfos que ha tenido y en el pasado no le confirió los que no tuvo.

La irritación presidencial con el INE es producto de los criterios que impidieron la sobrerrepresentación en el Congreso y las sanciones a Salgado Macedonio. Por tanto, aquello de que es un viejo tema pendiente no lo compro. El mandatario muestra irritación hoy porque le impiden seguir con desenfreno su campaña promocional para la revocación.

Además de ser impúdico que desde el poder se quieran reorganizar las reglas del juego, que es tanto como si el casino las alterara cuando ve que otro está ganando, queda claro, a los ojos de todos, que el gobierno ha perdido mucha autoridad moral al violar sistemáticamente las vedas y restricciones que ellos mismos aprobaron en la ley de revocación de mandato. La descarada operación de Estado que han puesto en marcha para la revocación, presagia que la elección de Consejeros sea una farsa semejante, en caso, claro, de que prosperara su reforma. Pero si no prospera habrá tenido un semestre para crecer en el ecosistema que le es propicio: la confrontación política estéril. La reforma electoral no es una prioridad. Si fuese un guion de película estaríamos viendo el mismo conejo saliendo de la misma chistera.

Analista.
@leonardocurzio