La lógica sexenal mexicana deforma nuestra capacidad de ver el presente y la historia pero también nos impide ver que algunos desafios tienen que ubicarse (como es el caso del Covid 19) en el plano global y no en una desgastante fricción nacional. Tendemos a concentrar nuestro análisis en las virtudes o errores, en las obsesiones o en la impericia de los presidentes y por supuesto que el pulso de los sexenios es, en gran medida, acelerado o disminuido por el estilo personal de gobernar, pero en los últimos años, todos los sexenios han quedado marcados por un choque externo. Como es habitual dejar de lado el análisis del contexto internacional, el gobierno de Luis Echeverría es visto como una secuencia de delirios estatistas y decisiones populistas del vecino de San Jerónimo. Es verdad que el manejo de las finanzas públicas se descuidó, pero lo que descuadró su sexenio fue la crisis del petróleo del primer trienio de los setenta que cimbró a Occidente completo. José López Portillo, quien creía tener poderes similares a los que ha invocado recientemente López-Gatell, vio cómo su sexenio naufragaba también por una caída abrupta de los precios del petróleo que no estaba a su alcance controlar. Arremetió contra los saca dólares en su impotencia.

A Miguel de la Madrid le cayeron todas las tormentas externas e internas que a un presidente le pueden caer. Todas ellas muy conocidas para reseñarlas en estas líneas. Carlos Salinas de Gortari, quien inició mal y aspiraba terminar bien su sexenio, vio nuevamente como su credibilidad exterior, tanto política como económica, se encogía en 1994 y aunque el choque mayor fue interno fue el último presidente que incubó una crisis sexenal.

No me extiendo en los detalles de cada una de las administraciones. Vicente Fox probablemente presintió que el 11 de septiembre de 2001 había marcado inexorablemente su sexenio. Lo mismo le ocurrió a Felipe Calderón cuando la crisis del 2008 (en la cual no teníamos vela en el entierro) se precipitó sobre la economía nacional y después vendría la pavorosa influenza. Finalmente, Enrique Peña Nieto, quien al igual que los anteriores tuvo graves problemas internos, se encontró con que su principal socio comercial le hizo un vacío glacial y empezó a articular una narrativa antimexicana nunca antes vista. El último inquilino de Los Pinos nunca anticipó que un personaje tan adverso al país y particularmente a su persona, llegaría a La Casa Blanca.

Finalmente, Andrés Manuel López Obrador ha hecho todo lo que ha podido para desviar la atención del choque externo que supone el Coronavirus. Como bien lo identifica José Ramón Cossío, el mecanismo psicológico de negar aquello que nos resulte molesto es válido para las personas y las colectividades, pero eso no disuelve el riesgo. Me imagino que para el Presidente debe ser espantoso que lo saquen del guión triunfalista de sus mañaneras y que le hagan ver que la pandemia (que no es un complot conservador) está afectando de manera decisiva la trayectoria de su sexenio. No sabemos todavía cómo nos va a impactar el virus, pero el presagio de que la economía podría retroceder hasta un 4% hace temblar a todo el mundo. Pero lo peor no es eso, sino que el país está a expensas de lo que ocurra en los Estados Unidos. Tanto el impacto sanitario del Coronavirus en el vecino del norte, como las consecuencias económicas que tenga, marcarán la trayectoria de un sexenio que, aunque tenga una retórica profundamente nacionalista y popular, está indisolublemente atado a una globalización de la que nos llegan muchos beneficios y también algunas maldiciones. Me parece que en lugar de seguir con la cofradia del santo reproche (que ya cansa) a los medios y a los críticos y el gobierno debería, como ha sugerido Ruiz Cabañas, convocar al G20 y a todas las instancias globales de coordinación que se pueda. Cada país está tomando decisiones soberanas y el tema no es local, es una amenaza global que requiere, entre otras cosas, que intentemos cambiar de pentagrama. Hoy que México todavía no ha sido afectado con severidad podemos aportar algo de racionalidad.

Analista politíco. @leonardocurzio

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