El sábado, en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, Donald Trump comenzó de manera formal su campaña de reelección con un mitin desangelado. Con la arena a medio llenar, Trump se dedicó a repetir el mismo discurso que ya le conocemos. Mientras lo veía gesticular y regresar a los villanos de siempre para tratar de encender el ánimo de su base electoral, recordé un fragmento del brillante documental biográfico “Trump: American Dream” , disponible en Netflix . Se trata de una declaración de Roger Stone, el maquiavélico y perverso asesor político de Trump. Stone reflexiona sobre la carrera política de su discípulo y sugiere que la candidatura de Trump supondría una pregunta central para la vida pública en Estados Unidos: para los electores estadounidenses, ¿pesan más las instituciones o la cultura popular?

Es innegable que, en el 2016, muchos electores que votaron por Trump lo hicieron porque pensaron que el Trump político equivaldría al Trump de la televisión: un titán empresarial con notable don de mando. Que ambas virtudes fueran producto de la ficción importaba poco: miles veían a Trump como el epítome del sueño americano porque esa es la imagen que les vendió la cultura popular, que al final pesó más que las instituciones.

Quizá más importante, en la elección del 2016, Trump supo aprovechar con maestría el momento cultural por el que atravesaba el país. Entendió la angustia económica de regiones clave y se encaramó a la ola etno-nacionalista. Transformó ambas en un mensaje de resentimiento doble: al “otro” (los mexicanos, inmigrantes, los chinos, etc.) y a los políticos tradicionales (“vamos a drenar el pantano”, decía Trump). El éxito de ambos mensajes explica, en parte, su triunfo.

Las cosas han cambiado.

El primer semestre del 2020, uno de los periodos más extraordinarios y dramáticos de la historia moderna, ha comenzado a llevar a Estados Unidos por otro camino. La pandemia y el trance económico obligaron a Trump a gobernar, y su incapacidad ha resultado evidente. Una mayoría abrumadora de estadounidenses dice confiar más en Biden para lidiar con la crisis de salud que representa el coronavirus. Trump mantiene todavía la ventaja en cuanto a la economía, pero el margen es mínimo: 45% contra 42% que dice respaldar a Biden. Esta última cifra es particularmente grave para Trump, que pensaba utilizar el rumbo de la economía estadounidense como principal argumento en noviembre.

Aun así, el factor clave de la elección podría ser otro. Las históricas manifestaciones por la justicia racial que ha encabezado el movimiento “Black Lives Matter” han transformado la opinión pública en Estados Unidos. El verbo no es una exageración. El respaldo para “Black Lives Matter” ha aumentado casi treinta puntos en las últimas semanas, incluido un apoyo del 60% entre los blancos. Algo parecido ocurre con las manifestaciones. 64% de los encuestados las respaldan. Más notable todavía, en función de la elección presidencial, es el apoyo de los republicanos a las protestas. Un sondeo reciente de Morning Consult sugiere que cuatro de cada diez votantes republicanos las aprueban. Si a esto sumamos el abrumador entusiasmo para la causa de la justicia racial entre los estadounidenses más jóvenes, el diagnóstico está claro: a Trump y sus aliados conservadores se les está escapando el momento cultural del país.

De seguir así, Trump podría no solo perder relevancia sino volverse completamente anacrónico para un país que parece moverse a la izquierda. De confirmarse en noviembre, el cambio en la opinión pública estadounidense podría marcar el comienzo de un cambio duradero en el equilibrio político en Washington. Quizá sea el nacimiento de un mejor país en el que sea posible, a través de reformas específicas, modificar –para empezar– la relación tóxica de las policías con las minorías. Por ahora, sin embargo, hay que recordar que faltan poco más de cuatro meses y estamos hablando del 2020. La luz de la esperanza ha sido caprichosa este año. Veremos qué ocurre.

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