La semana pasada, Donald Trump volvió a demostrar que nunca pierde una oportunidad de perder una oportunidad. Antes que aprovechar las históricas protestas en contra del abuso policial y el racismo sistémico en Estados Unidos para adoptar un discurso conciliatorio, Trump se regodeó en la fantasía del supuesto hombre fuerte, anunciándose como el “presidente de la ley y el orden”. Es una muestra más de su pequeñez moral, pero también un grave error político.

Cuando faltan cinco meses para la elección presidencial, Trump podría haberse beneficiado si, en lugar de apostarlo todo a la represión de las manifestaciones, hubiera extendido una mano solidaria (aunque fuera con evidente cinismo) a la multitud que exige un cambio. Trump prefirió encasillarse en la personificación del prejuicio, posición que podrá ser atractiva para parte de su base de votantes pero deja fuera a muchos más, empezando por las minorías.

El error de cálculo de esta mezquindad autoritaria podría terminar por costarle la elección. Distintas fuentes cercanas al equipo de Trump aseguran que los asesores del presidente están alarmados: las encuestas no podrían estar peor. La ventaja promedio de Joe Biden en los sondeos nacionales es de casi siete puntos. En algunos rebasa los diez. A ciento cincuenta días de la elección, Biden aventaja a Trump en prácticamente todos los estados clave. Algunos otros, incluidos bastiones republicanos como Texas, parecen estar en juego. La debacle trumpista ha sido tal que los republicanos podrían perder la presidencia y el Senado. Ya lo hemos dicho antes en este mismo espacio: muchas cosas pueden cambiar en cinco meses. Aun así, por ahora, Trump está en serios problemas.

En gran medida, el reto para Trump pasa por la enormidad del momento que atraviesa Estados Unidos: Trump ha demostrado ser particularmente incapaz de ofrecer soluciones o incluso gestos simbólicos de liderazgo durante la tormenta perfecta actual. No ha sabido responder a la pandemia, la crisis económica o las manifestaciones de justicia racial. En más de un sentido, el 2020 ha desnudado todas sus limitaciones, que son muchas.

Pero no solo ha sido la combinación de esas tres grandes crisis. En los últimos días, la ruindad de Trump le ha ganado el repudio del más improbable de los grupos: los propios republicanos. La actitud de Trump frente a las manifestaciones de los últimos días ha sido la gota que derrama el vaso de un creciente número de voces eminentes dentro del propio partido del presidente. Poco a poco, republicanos de peso comienzan a animarse a hacer público su repudio a Trump. Así ha ocurrido con Mitt Romney, George W. Bush y otros más que marcan distancias ante el evidente colapso moral de la Casa Blanca. Pero eso no es lo peor para Trump. Su reciente coqueteo con el uso de la fuerza militar contra los manifestantes ha animado a un coro creciente en la estructura castrense de Estados Unidos a hacer público su repudio privado al presidente. James Mattis, destacado general y ex secretario de defensa de Trump, lo criticó con merecida dureza. Colin Powell, figura emblemática entre los republicanos y las fuerzas armadas (a pesar de su lastimoso papel durante el gobierno de Bush), dijo que Trump se ha “alejado de la Constitución”. Como ambos generales, varios más.

Esta ola de rechazo dentro del partido republicano no es un asunto anecdótico para Trump. Grupos republicanos están produciendo anuncios en su contra con la eficacia brutal que en otros tiempos habrían reservado para los demócratas. Más importante todavía: la alarma de conservadores reconocidos como Bush y Romney y figuras respetadas como Mattis y Powell probablemente le costará a Trump apoyo con demográficos cruciales rumbo a la elección, como los votantes blancos en los suburbios. SU destemplanza cotidiana ya lo ha alejado de los votantes mayores, que por el momento se inclinan por Biden, resultado inusual para un candidato demócrata pero producto directo de la incapacidad de Trump de estar a la altura del cargo que ostenta.

De seguir así, perderá la elección. Entonces, Estados Unidos podrá pasar la página y dedicarse a una reconstrucción que irá mucho más allá de la economía.

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