A mediados de la semana pasada, Donald Trump se convirtió en el tercer presidente en la historia de Estados Unidos en dirigirse a un juicio de destitución en el Senado estadounidense. Pase lo que pase, la presidencia de Trump incluirá ese asterisco indeleble. Pero una cosa es una mancha y otra muy distinta la posibilidad real de una remoción.

Un presidente de Estados Unidos jamás ha perdido su cargo durante un proceso de destitución como el que enfrenta Trump, el famoso impeachment. La razón es simple. Se necesitan dos terceras parte del Senado para una sentencia que concluya en la remoción presidencial. Por ejemplo: solo 45 senadores votaron para retirar del cargo a Bill Clinton, muy lejos de los 67 necesarios. Es previsible que algo parecido sucederá con Trump. Los demócratas necesitan que veinte senadores republicanos voten en contra de Trump. Es prácticamente imposible. En la votación en la Cámara de Representantes, en la que los demócratas aprobaron enviar el proceso de destitución al Senado para el juicio definitivo, ni un solo republicano votó contra Trump. Parece más probable que algún senador demócrata moderado rompa filas y, para protegerse en el siguiente ciclo electoral, opte por proteger a Trump a que un republicano tenga los pantalones de ir contra su presidente. En otras palabras: es la crónica de una exoneración (probablemente injusta, pero eso importa poco) anunciada.

¿Qué sigue entonces? Después de la exoneración en el Senado, comenzará la batalla realmente importante: la de la opinión pública. Para los demócratas, la apuesta de la destitución es muy arriesgada. En las encuestas, una mayoría respalda el proceso por el margen más estrecho imaginable. 47.5% contra 46.2%. Entre los demócratas, el respaldo es grande, claro está. Ocho de cada diez votantes demócratas dicen que Trump merecía enfrentar la remoción en el Congreso. Como era previsible, así como los demócratas apoyan el proceso, una enorme mayoría de republicanos lo repudia. Pero el dato más importante —de consecuencias potencialmente definitivas para la elección del año que viene— es la opinión de los votantes independientes. En el promedio de sondeos del sitio especializado FiveThirthy Eight, solo 42% de los independientes dice respaldar la hipotética remoción de Trump. Habrá quien diga que cuatro de cada diez no es poca cosa. Ese es el vaso medio lleno. Lo cierto, sin embargo, es que la cifra revela una polarización que lo mismo podría beneficiar a los demócratas que significar el impulso definitivo que necesita Trump para asegurarse la reelección. Y Trump lo sabe.

Todo depende de la narrativa que se imponga después del juicio en el Senado. En eso, Trump lleva ventaja. Del presidente de Estados Unidos se podrán decir muchas cosas, pero ciertamente no que no sepa manipular la narrativa de un proceso electoral. Trump maniató al partido republicano en el 2016 presentándose como la alternativa populista para los más necesitados, una propuesta ridícula dado el personaje pero notablemente eficaz gracias a su talento mediático. La estrategia de Trump es evidente en el caso del impeachment. Apenas unas horas después de que los demócratas aprobaran enviar el proceso al Senado para el juicio al presidente, Trump tuiteó una imagen que después fijó por un par de días en su página de Twitter. En ella se ve a un Trump solemne, en blanco y negro, señalando al lector con el dedo índice. “En realidad no vienen por mí sino por ti”, dice. “Yo solo les estorbo”. Está claro: Trump pretende victimizarse, convencer a su base electoral de que el proceso de destitución es ilegítimo y, más grave todavía, un atentado directo en contra de la voluntad de sus votantes. En otras palabras, Trump quiere que su base interprete el impeachment como una conspiración. Se trata, por supuesto, de una narrativa de un cinismo abrumador. Trump cometió faltas lo suficientemente graves como para merecer este resultado y el proceso en sí es legítimo y legal. Pero que sea cínica e incluso falsa no la hace menos efectiva.

Lo único que necesita Trump para reelegirse es animar a esa base electoral a la que va dirigida, con precisión quirúrgica, su retórica. Para los demócratas, el riesgo es enorme. Tendrán que encontrar una narrativa que no solo ofrezca un contrapeso a la victimización ponzoñosa que ha puesto en marcha Trump sino que explique de manera contundente por qué el presidente merece enfrentar una posible destitución. El juicio en el Congreso es, en el fondo, lo de menos. La victoria o derrota de Donald Trump se dirimirá en la corte de la opinión pública. Y ahí, me temo, Trump lleva mano.

Y hasta aquí llega Epicentro en este 2019. Le deseo, querido lector, un gran fin de año y un 2020 lleno de dicha, verdad y concordia. Nos leemos en un par de semanas.

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