Toda elección es un ejercicio de contraste. Gana quien mejor aprovecha las diferencias con el rival. Para la oposición, el primer desafío es negarle al candidato oficial un rival que se acomode a su narrativa. En el 2016, Andrés Manuel López Obrador no podría haber tenido antagonistas más propicios. López Obrador necesitaba tener enfrente a alguien a quien acomodar con facilidad en el casillero de la manida “mafia del poder”. El contraste benefició al candidato de Morena y sanseacabó.

Ejemplos sobran. En el 2020, Donald Trump había preparado una estrategia con la esperanza de que los votantes demócratas eligieran a Bernie Sanders como candidato presidencial. Sanders le habría permitido a Trump catalogar al partido demócrata dentro del molde de una supuesta amenaza socialista en materia económica y el progresismo desbocado en lo cultural. La historia de simpatía de Sanders con Cuba y la Unión Soviética serían la cereza en el pastel. En cambio, el partido demócrata eligió a Joe Biden, un político de centro y disposición bipartidista. Resultó mucho más complicado colgarle la etiqueta preparada para Sanders. La selección de Biden cerró la puerta al contraste soñado por la campaña Trump, y el resto es historia.

En 2024, en México, el partido oficial tiene claramente preparada una estrategia de contraste con la esperanza de que la oposición se equivoque y elija a un aspirante identificable como representante del viejo régimen. Alguien a quien poder marcar como miembro de la clase política que López Obrador desplazó en 2018 y a la que ha descalificado de manera tan eficaz: un burgués, un fifí, un político de toda la vida, un peón del sistema, conservador títere de los poderes fácticos. Un hombre, de preferencia. Un candidato de oposición así permitiría a la probable candidata del régimen construir un argumento vigoroso para la continuidad del proyecto lopezobradorista.

Hasta hace unos días, la flaca caballada opositora auguraba viento en popa para el barco morenista. Salvo el entusiasmo del presidente por Lilly Téllez, ninguno de los aspirantes de la oposición le había merecido ni un murmullo a los candidatos morenistas. Todo cambió con la declaración de intenciones de la senadora Xóchitl Gálvez. De pronto, la maquinaria oficialista entera ha comenzado una campaña de descalificación para desmontar la ventaja que, en la batalla de contrastes, evidentemente tendría Gálvez sobre Claudia Sheinbaum. Pero no será fácil.

En la mercadotecnia electoral hay pocas armas más valiosas que una historia de vida capaz de conmover. Es el vehículo que utilizó Barack Obama para ganarse la confianza de los estadounidenses en 2008. No importó la poca experiencia del candidato; importó su extraordinaria biografía y la manera como la presentó desde su debut en el escenario nacional, en un discurso memorable cuatro años antes, en la convención del partido demócrata del 2004.

Xóchitl Gálvez tiene ese mismo activo, y no es cualquier cosa. La reacción del lopezobradorismo es directamente proporcional a la legitimidad que representa la historia personal de la precandidata opositora. López Obrador sabe que  la identidad mexicana e indígena de Gálvez no es invento de la demagogia: proviene genuinamente de su historia personal y su experiencia. Sabe que Gálvez en algún momento va a narrar cómo logró salir de un hogar lleno de abuso y carencias para volverse una respetada profesionista. Y no puede ignorar ese otro activo toral e inasible: el carisma. Gálvez no finge con su vestimenta, ni sus palabrotas, ni su lucha por las causas indígenas, ni su amor por el futbol (y el Cruz Azul). El presidente sabe todo ello porque el carisma ha sido, también, su mayor activo.

Y quizá sospecha que ninguno de los tres aspirantes centrales de su movimiento lleva las de ganar en una batalla de contraste contra Xóchitl Gálvez.

Es la antagonista más incómoda imaginable.

Desde ahora, si gana la candidatura, y sobre todo después, el camino para Gálvez estará lleno de obstáculos. Su biografía será su mejor arma para mantener la ventaja que ya se prefigura en el contraste con los candidatos del partido oficial. En ese caso, Morena tendrá que atacar a una mujer que encarna muchas de las causas por las que la izquierda dice luchar. Intentará meter a Gálvez en el molde que había preparado para otras personas. A juzgar por la reacción en redes sociales tras el anuncio de la candidatura, la operación ya comenzó. ¿Quién lo diría? El lopezobradorismo, desde la cima del poder, en plena guerra sucia contra una precandidata de la oposición.

Sorpresas te da la vida.

@LeonKrauze

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