Una de las historias poco aquilatadas de la alternancia es el robustecimiento de la crítica. Aunque está lejos de ser perfecta, la cultura de debate ha ganado vigor y arrojo desde el 2000. Los tres presidentes anteriores enfrentaron un calibre de escrutinio, sorna y, en algunos casos, oprobio impensables en tiempos de aquel PRI que dictaba lo que se podía publicar. Esto no quiere decir que Fox, Calderón y Peña Nieto se quedaran de brazos cruzados ante la crítica o que no cedieran a la tentación malsana de la censura, tácita o explícita. Pero sugerir, como ocurre ahora con frecuencia, que ninguno de los tres enfrentó crítica y reclamos semejantes a los que enfrenta López Obrador es faltarle al respeto a la historia.

Por eso sorprende (y no sorprende) que algunas voces incurran últimamente en una descalificación de la crítica . Se sugiere que el ejercicio del periodismo independiente , la crítica puntual e incisiva sobre el gobierno o los reclamos de la sociedad equivalen a una pretensión golpista. De este disparate se deriva otro parecido: sugerir que quien critica al gobierno incurre en un acto de irresponsabilidad con la voluntad popular o en una falta de respeto al hombre providencial, único puente sobre el abismo del colapso social. Bajo esta lógica, señalar los tropiezos del lopezobradorismo implica incurrir en un sabotaje del gobierno y, por ende, en un daño a la estabilidad del país.

Uno de los ejemplos de esta línea de pensamiento es el texto de Jorge Zepeda Patterson “Contra AMLO: ten cuidado lo que deseas” (Milenio, 28 de mayo) (Aclaro: trabajé para Zepeda en los inicios de su sitio de internet Sin Embargo, donde ejercí libremente la crítica contra el gobierno en turno). Zepeda, dueño de una de las prosas más elocuentes del periodismo mexicano, sostiene en su columna reciente que en México hay una élite dedicada a urdir un “motín” contra López Obrador. Esta élite —sugiere— haría bien en suspender el reclamo al poder para dedicarse, en cambio, a la introspección. Al presidente, que apenas se acerca a su primer par de años, hay que dejarlo trabajar en paz. “Desgastar a su gobierno o paralizarlo faltando aún cuatro años y medio de gestión, equivale a abrir hoyos en la balsa solo porque no nos gusta el viaje”, escribe Zepeda. No hay en el artículo evidencia periodística alguna que revele los detalles del proyecto de supuesto golpe de Estado, ni nombres de los supuestos golpistas. Zepeda echa en el mismo saco a intelectuales, empresarios, actores políticos. Todos quieren “la destrucción de AMLO”. Zepeda termina con una advertencia: ese grupo debe tener cuidado con lo que desea.

A falta de evidencia, la pregunta obligada es esta: ¿Qué hace realmente “contra” López Obrador ese grupo que, de acuerdo con Zepeda, quiere su “destrucción”? La respuesta es simple. Ejercen la crítica. Hacen lo que a Zepeda Patterson, en otra época, le parecía normal y deseable.

En 2014, cuando al gobierno de Enrique Peña Nieto le restaba precisamente cuatro años en el poder, Zepeda publicó un texto con la misma temática que el actual: la crítica al presidente y la supuesta presión para que dimitiera. En aquel texto, Zepeda llegaba a una conclusión muy distinta sobre el papel y los alcances de la crítica cotidiana al presidente de México. Aunque apuntaba que la dimisión de un presidente mexicano por “el repudio de la calle sería un logro histórico”, Zepeda se inclinaba por la permanencia de Peña Nieto. Pero no cualquier permanencia: la permanencia sujeta a un escrutinio crítico constante. Zepeda no pedía sosiego a los críticos: todo lo contrario. “Prefiero que Peña Nieto siga allí permanentemente acosado por la opinión pública y por las redes sociales”, escribía Zepeda. Más adelante imaginaba las consecuencias positivas de esa presión social, de esa crítica libre e incisiva. “No tengo duda de que si los ciudadanos siguen presionando y poniendo a la autoridad contra la pared comenzaremos a ver concesiones importantes”.

En otras palabras, en el 2014, frente a un gobierno de dos años de antigüedad y en crisis, Zepeda no solo defendía la rendición de cuentas sino apelaba al “acoso permanente de la opinión pública”, en la que, uno supone, cabrían los mismos actores (con los mismos reclamos y en el mismo tono) que ahora Zepeda y otros culpan de tramar un motín. Pero no queda ahí. En el mismo texto, Zepeda hace votos por que la permanencia de Peña Nieto “alimente la rabia popular y sostenga el pulso de la calle”. Y concluye: “Si no desmayamos los ciudadanos, los blogueros y los medios de comunicación críticos en una de esas conseguimos a tirones y jalones algunos de los cambios tan necesitados por el país”.

Son, está claro, dos concepciones muy distintas del papel de la exigencia y la crítica frente al poder. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué los ciudadanos críticos que antes defendía Jorge Zepeda, los que propiciarían esos cambios urgentes, son los amotinados golpistas de ahora? ¿Por qué la crítica a Enrique Peña Nieto era un paso legítimo y necesario hacia el alumbramiento de un México mejor y la crítica a Andrés Manuel López Obrador significa por fuerza una conspiración?

La crítica es un derecho democrático, no una incitación al golpismo. La crítica y el reclamo, por vehementes que sean, no buscan la destrucción del presidente. Anhelan, eso sí, los “cambios tan necesitados por el país”.

Eso lo sabía muy bien el Zepeda Patterson del 2014.

El Zepeda Patterson de 2020 parece haberlo olvidado.

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