El último día del 2020, los reporteros del New York Times en la Casa Blanca publicaron un reportaje analizando la reacción de Donald Trump y su equipo a la crisis del coronavirus en los meses cercanos a la elección presidencial de noviembre. Es una crónica devastadora que revela la incapacidad del gobierno estadounidense para lidiar con un desafío de la magnitud de una pandemia, pero sobre todo porque confirma el origen de la terquedad fatal del presidente de Estados Unidos .

El catálogo es largo. A pesar de que tenía clara información de lo contrario, Trump minimizó públicamente el alcance y peligro de la enfermedad. Se rehusó a promover activamente medidas sanitarias elementales , que podrían haber hecho una diferencia en la batalla por evitar la muerte de cientos de miles de estadounidenses. Nunca quiso poner el ejemplo y utilizar una mascarilla sanitaria, incluso después de haber sufrido él mismo de un caso severo de Covid. Acusó, sin fundamento, a las farmacéuticas de conspirar en su contra en el proceso de desarrollo de las vacunas.

Todo esto lo hizo —y esto es lo que finalmente confirma el reportaje del New York Times— no porque tuviera dudas genuinas a partir de dilemas científicos o éticos, sino por un burdo cálculo político. Lo que le importó a Trump desde el principio, pero sobre todo en los meses previos a la elección, fue el impacto que la crisis de la pandemia podía tener en sus aspiraciones políticas. Lo importante era él y su futuro político, no la salud de los estadounidenses. Nunca se trató de gobernar Estados Unidos o pensar en el bien común. Se trató de la persecución del poder. Difícil pensar en un diagnóstico más severo.

¿Y en México? Es revelador evaluar al gobierno de México a través del mismo lente que sugiere la crónica sobre Trump. A lo largo de los últimos meses, la conducta de varios protagonistas de la vida pública mexicana, específicamente de los encargados de gestionar la respuesta cotidiana a la amenaza del virus, se parece mucho al diagnóstico que el New York Times hace de Trump.

Es imposible entender las decisiones y las omisiones del subsecretario de Salud, por ejemplo, sin considerar sus aspiraciones políticas. A estas alturas, y gracias al trabajo exhaustivo de varios colegas en México y el exterior, es evidente que a Hugo López-Gatell le ha importado más endulzarle el oído al presidente de México y consolidar su puesto en la corte de sicofantes de Palacio Nacional que tomar las decisiones que verdaderamente habrían protegido a los mexicanos.

Para López-Gatell, no se ha tratado de política pública sensata; se ha tratado de poder.

Los titubeos de Claudia Sheinbaum durante la espiral del invierno en la capital se explican de la misma manera. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México parece tener como prioridad su relación personal con el mecenas político de su partido, no la salud y la seguridad de los capitalinos. Sus vacilaciones se explican desde la ambición política. Sheinbaum sabe bien que, en el México de López Obrador, la única regla es no contrariar al dueño del poder. Quizá más que en los amargos tiempos del PRI , los suspirantes se alinean o pierden favor.

Así también ha sido el caso de los funcionarios que, justo cuando otros gobiernos en el mundo están plenamente concentrados en subrayar la necesidad imperiosa de medidas sanitarias para contener el virus, se dedican a presumir la llegada por goteo de vacunas y el supuesto principio del fin de la pandemia. Este triunfalismo prematuro en el equipo del presidente de México y en su partido transmite un mensaje equivocado y peligroso, y se explica, también, desde el ajedrez del poder en la corte de López Obrador . Dicen lo que dicen y hacen lo que hacen porque saben que eso es lo que quiere oír el señor que decide. De ahí, también, el grosero lucro político de Morena con la campaña de vacunación .

No se trata de gobernar, se trata del poder.

Por supuesto, nada de esto es enteramente nuevo. México fue testigo de este protocolo patético durante décadas. En tiempos normales, esta vuelta de los rituales más rancios del priismo que creíamos caduco sería lastimosa y chocante.

Pero estos no son tiempos normales.

Es lo más lejano a tiempos normales.

Y por eso, cuando la historia se escriba, como ya se está escribiendo con Trump en el ocaso de su presidencia, los que han preferido enamorarse del espejo del poder antes que gobernar con responsabilidad enfrentarán un juicio implacable.

Twitter: @LeonKrauze

Google News

TEMAS RELACIONADOS