Muchas cosas podrían haberle salido mal al exvicepresidente Joe Biden , candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos , en la selección de su compañera de fórmula. Podría haber escogido a alguien que le sumara poco con los sectores del electorado que necesita, como las mujeres (sobre todo de raza blanca) o los afroamericanos. Podría haber escogido a alguien que se prestara con facilidad al escarnio de Donald Trump en la que será, qué duda cabe, una campaña brava de verdad.

Biden podría haberse equivocado con facilidad. Pero no se equivocó. Eligió con inteligencia.

La senadora de California, Kamala Harris , ha hecho historia. Es la primera mujer negra en buscar la vicepresidencia de Estados Unidos . Es también la primera persona nacida en California en ser parte de la dupla de candidatos del partido demócrata desde mediados del siglo pasado. Quizá más importante todavía, es hija de dos inmigrantes. En la historia reciente solo Michael Dukakis , en 1988, puede decir lo mismo. Dukakis perdió, pero si Harris gana entonces llevará a la Casa Blanca una historia notable. La historia de su padre nacido en Jamaica y su madre nacida en la India, ambos destacados académicos que sumaron, como millones de inmigrantes, a la vida estadounidense. Más allá de afinidades o desacuerdos ideológicos, el nombramiento de Kamala Harris es un triunfo para California , para la comunidad afroamericana y para la historia de los inmigrantes en Estados Unidos . Hay cosas que trascienden, o deberían trascender, la mezquindad de la política.

Lo cierto, sin embargo, es que las conquistas morales no ganan elecciones, o no siempre. Barack Obama ganó la presidencia de Estados Unidos por muchas más razones que su histórica candidatura como afroamericano. Así, aunque la elección de Harris como vicepresidenta seguramente le ayudará a entusiasmar de manera definitiva al menos a los votantes afroamericanos, a Biden le queda un buen trecho por recorrer antes de poder cantar victoria.

A la campaña presidencial en Estados Unidos le resta solo un puñado de posibles puntos de inflexión. Primero ocurrirán las convenciones de los partidos, que generalmente derivan en un breve impulso para cada aspirante. Las de 2020 son, sin embargo, un misterio. No serán maratónicas puestas en escena con globos, pancartas y ovaciones dentro de alguna arena deportiva sino una sofisticada producción de televisión desde estudios y otros sitios más controlados. No ganará el que ofrezca un discurso más efectivo sino el que ofrezca un mejor producto de televisión. Parece un formato ideal para Trump, hijo directo de la cultura televisiva. Después de las convenciones vendrán los cuatro debates, tres entre los candidatos presidenciales y uno entre Kamala Harris y el vicepresidente en funciones, Mike Pence.

¿Pueden los debates cambiar la dinámica actual de la campaña? En el 2020, todo es posible. Históricamente, los debates presidenciales rara vez modifican sustancialmente las intenciones de voto. Pero eso no quiere decir que no importen. Mitt Romney cerró la brecha con Barack Obama después del primer encuentro entre ambos. La derrota de Michael Dukakis en 1988 no se explica sin su desempeño en los debates contra George Bush, padre. Lo mismo podría pasar ahora con Trump y Biden. ¿Quién tiene más que perder? Probablemente Trump, que ha cometido la equivocación de reducir al mínimo las expectativas sobre Biden, a quien tacha de senil y cansado. Biden necesita mostrar mínima agilidad y firmeza para vencer a Trump. Por supuesto, si el candidato demócrata pierde el hilo o titubea, beneficiará a su rival y las encuestas podrían castigarlo.

Además de las convenciones y los debates, la elección del 2020 seguramente tiene reservadas sorpresas completamente inesperadas. En Estados Unidos se habla cada cuatro años de la “sorpresa de octubre” una revelación que amenaza con modificar el rumbo de la elección casi en el último minuto. Ocurrió en el 2016 con James Comey y los correos electrónicos de Hillary Clinton. ¿Sucederá en el 2020 también? Solo resta esperar. Pero estamos hablando del año del que estamos hablando. Todo, absolutamente todo es posible.

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