La campaña por la candidatura demócrata ha dado un vuelco interesante. Cuando faltan poco menos de ochenta días para las elecciones primarias en Iowa, el estado que abrirá la contienda formal a principios de febrero, el nuevo puntero en las encuestas ahí parece ser Pete Buttigieg, el alcalde de South Bend, Indiana. El diario Des Moines Register dio a conocer una encuesta que ubica a Buttigieg ocho puntos por encima de Elizabeth Warren. Buttigieg, el más joven del amplio grupo de demócratas que busca la candidatura, siempre ha querido emular el improbable camino de Barack Obama a la nominación en el 2008, y después a la presidencia.

Tiene cierto sentido. Hace once o doce años, Obama era casi un desconocido que había obtenido cierta notoriedad después de un memorable discurso en la convención demócrata del 2004 en Boston para luego ganar, ese mismo año, un escaño en el Senado federal. Después, cuando era apenas un senador novato, decidió lanzarse por la grande. Obama hizo una campaña de antología, apostándolo todo a Iowa. Cuando ganó ahí, la campaña dio un giro y poco a poco se consolidó como un candidato improbable, pero con una gran historia. Buttigieg, cuya única experiencia es ser alcalde de una ciudad cuya población entera cabría en el Estadio Azteca, anhela una trayectoria similar.

No será fácil.

El sábado pasado tuve la oportunidad de entrevistar a Buttigieg en un foro con los candidatos demócratas en California, organizado por Univisión. Lo primero que me llamó la atención fue la velocidad de respuesta y la disciplina de mensaje del joven alcalde. Buttigieg es de esos políticos que hacen su tarea a tal grado que es difícil encontrar una pregunta para la que no hayan ensayado. Eso tiene sus ventajas, sobre todo para un político tan joven. Pero también implica riesgos. El más relevante es confundir la sapiencia enciclopédica con la frialdad. Obama, auténtico garbanzo de a libra, podía presumir de su altura intelectual y al mismo tiempo cultivar un vínculo emocional privilegiado con sus seguidores: la combinación ideal para un político. A Buttigieg le sobra cabeza, pero le falta corazón. Y sin corazón no hay calidez. Buttigieg podrá ser un joven político de luces impresionantes, pero no tiene ni remotamente la empatía de Obama, ni de otros candidatos demócratas. Esa frialdad le complicará la vida con las minorías, cruciales en la coalición de votantes demócratas rumbo al 2020.

Si se consolida como el puntero, Buttigieg enfrentará otros desafíos. Uno de ellos es su poca experiencia. Aunque se defiende diciendo que tiene más experiencia ejecutiva que Trump cuando aquel ganó la Casa Blanca (es cierto: Trump nunca había gobernado ni su barrio), lo cierto es que South Bend, Indiana, es un minúsculo fragmento de Estados Unidos que no representa, ni de lejos, la diversidad étnica, socioeconómica e ideológica del país. Buttigieg ganó la reelección en el 2015 con 8 mil 500 votos en una ciudad que no ha tenido un alcalde conservador en más de cuarenta años. Aunque Buttigieg pretenda lo contrario, su experiencia se ha visto limitada a un lugar pequeño, de larga historia liberal y con un electorado minúsculo.

Y eso deriva irremediablemente en el otro gran reto que tendría enfrente Buttigieg si finalmente logra la hazaña de quedarse con Iowa y luego con la candidatura demócrata. Buttigieg es gay. En un mundo ideal, la orientación sexual de un político no debería importar en lo absoluto. Pero Estados Unidos no es un mundo ideal, mucho menos en los tiempos de Trump y todavía menos en los estados más conservadores del país. Buttigieg intenta convertirse en el primer candidato presidencial abiertamente homosexual en la historia de Estados Unidos (sobra decir que también sería el primer presidente). A Buttigieg le gusta decir que el electorado de South Bend lo reeligió después de que revelara su orientación sexual. En esto, como en otras cosas, South Bend no es Estados Unidos. El primer estado en elegir a un gobernador abiertamente gay fue Colorado, y eso ocurrió hace apenas unos meses. En una encuesta reciente, el 45% de los estadounidenses declaró dudar que el país esté preparado para elegir a un candidato homosexual como presidente. Es un dato doloroso, injusto e incómodo, pero para Buttigieg debería ser ineludible, lo mismo que para el Partido Demócrata. La batalla contra Donald Trump será complicadísima. Habrá que pelearla distrito a distrito y probablemente terminará por decidirse en estados con votantes conservadores cuya reacción ante un candidato como Buttigieg es una (triste) incógnita. ¿Vale la pena que el Partido Demócrata haga una apuesta tan arriesgada cuando lo que está en juego es la continuidad de un hombre como Donald Trump? Por ahora, los votantes de Iowa parecen decir que sí. Veremos si tienen razón. Si no la tienen, la historia se los reclamará.

PS.- Durante nuestra conversación le pregunté a Buttigieg si, después de lo ocurrido en Sonora, algunos cárteles mexicanos deberían ser catalogados oficialmente como organizaciones terroristas, un paso que tendría enormes implicaciones para la relación bilateral. Buttigieg me dijo que la opción debe estar en la mesa porque los cárteles “están esparciendo el terror” en México. Buttigieg es el primer aspirante demócrata en favorecer esa posibilidad, una posición que, hasta ahora, solo había obtenido el respaldo de los republicanos.

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