Este año horrible que se va ha dejado al mundo muy adolorido. Más de un millón y medio de personas han muerto. Cientos de millones terminarán el 2020 hundidos en la incertidumbre , sin saber cómo pagarán alimento, renta o hipoteca. La vida cotidiana ha cambiado, quizá para siempre. Aunque la campaña de vacunación sea un éxito, la humanidad tiene ya una noción clara de la violencia disruptiva de una pandemia . La experiencia de estar codo con codo, con cientos de desconocidos en un concierto, una sala de cine o un estadio nunca será exactamente igual. Quedará la conciencia de que alguien puede contagiarnos. No es ninguna exageración suponer que, como ocurre en países que ya habían atravesado por epidemias de enfermedades respiratorias, la mascarilla sanitaria se vuelva tan común como cualquier otra prenda. Nos comportaremos diferente porque nos hemos vuelto diferentes.

El horror también ha servido para conocer a la gente. Hoy está más claro quiénes son realmente nuestros vecinos, amigos y compañeros de trabajo. Nos hemos llevado sorpresas y desilusiones. La solidaridad de algunos nos ha conmovido mientras nos decepciona la obstinación y ceguera de otros. El virus nos ha desenmascarado. Y esto ha ocurrido también, y de manera crucial, con los encargados de la política pública en el mundo entero.

El virus no admite demagogia. Como ha quedado claro desde muy temprano en la pandemia, al SARS-CoV-2 le importan un comino intenciones, prejuicios o discurso. El virus solo sabe de contagio y ya está. De ahí que la crisis haya servido para conocer de verdad el alcance de los que nos gobiernan. Estar a cargo de un municipio, un estado o un país en tiempos de bonanza no tiene mayor complicación. Lo realmente complejo –y, por eso mismo, lo revelador– es encontrar una solución a la emergencia. Es en la crisis donde se conoce el verdadero carácter, disposición moral e incluso rango intelectual de quien gobierna.

Al final, todos ocuparán el lugar que merecen en la historia. Y lo harán no desde la manipulación retórica sino desde los resultados. Jacinda Ardern , extraordinaria primera ministra de Nueva Zelanda , tiene garantizado un sitio de honor. Tomó decisiones correctas a tiempo, las comunicó sin chistar, mostró empatía y protegió al país que gobierna. Y lo hizo sin hacer cálculo alguno sobre las consecuencias de sus decisiones en su futuro político, esto a pesar de que enfrentaba un proceso de reelección este mismo año (naturalmente, ganó un segundo periodo). Como Ardern hay otros líderes que, desde la métrica incontestable de los resultados, podrán presumir sus logros. Es el caso de Japón , Corea del Sur y algunos más.

El otro lado de la moneda lo encabezará, ahora y siempre, Donald Trump . Como Ardern, el presidente de Estados Unidos enfrentaba una elección durante el 2020, pero ahí terminan las coincidencias. A diferencia de Ardern y los otros líderes que actuaron correctamente, Trump ocultó información, manipuló la pandemia con fines políticos, trató de culpar a sus rivales de lo que ocurría, se negó a respaldar medidas mínimas de precaución, nunca quiso poner el buen ejemplo y tardó, en general, en tomar decisiones de política pública para proteger al país. De nuevo, los números son implacables. En Estados Unidos han muerto 314 mil personas. Su incapacidad en momentos de crisis le costó la reelección. Sin el coronavirus –o con una respuesta medianamente capaz a la enfermedad– Trump habría ganado la elección de noviembre. No fue así. Al menos para la mayoría del electorado estadounidense y al menos en esta elección, las cifras de muerte pudieron más que la propaganda y la manipulación.

Esto deriva, inevitablemente, en México. ¿Cómo recordará la historia la reacción del gobierno de Andrés Manuel López Obrador a la mayor crisis de salud pública en cien años y la subsecuente crisis económica ? Desde casi cualquier parámetro, López Obrador y su equipo han demostrado ser incapaces de proteger las vidas de los mexicanos. Como en Estados Unidos, las cifras no mienten. Con el paso de los años, además, conoceremos los números verdaderos, y las historias de duelo detrás de las mismas. También conoceremos el calibre de daño que se ha hecho a la economía mexicana con la incomprensible obstinación en contra de un paquete de estímulo económico a la altura del reto. Objetivamente, López Obrador ha reprobado la gran prueba histórica de su mandato.

Le queda, sin embargo, una oportunidad. No será una posibilidad de redención, porque las omisiones del presidente y de su equipo (incluida esa figura oscura que es Hugo López-Gatell ) ya están inscritas en esa historia con H mayúscula que tanto le importa a López Obrador, pero sí es la oportunidad de mostrar altura de estadista y capacidad de planeación. Pienso, claro está, en la campaña de vacunación contra el virus. ¿Podrá superar ese desafío? Los resultados dirán. La vida de millones depende de ello.

Muy feliz año, querido lector. Nos vemos dentro de unos días con la esperanza de que el 2021 nos traiga de nuevo esos abrazos cercanos que tanta falta hacen.