“México es conocido por ser un país pro vida”, comenta Yohana Rodríguez, una activista antiabortista de la Organización Juventud y Vida, al referirse a las marchas que vimos pasar el fin de semana en Ciudad de México, Guadalajara y en otras partes del país. Y sí, tanto, que en nuestro país la legalización de la interrupción del embarazo no fue prioridad durante años para la sociedad ni para los políticos. Y sí, tanto lo sabían los políticos de izquierda que ni siquiera lo integraban en sus agendas y, por lo tanto, los políticos de derecha no tenían nada qué debatir. Ahora las cosas están cambiando, porque el mundo entero está cambiando también. Por un lado, América Latina logra relajar las restricciones que históricamente le habían impedido ser un favorito de las feministas radicales, sin embargo, Estados Unidos presenta bandazos conservadores y estados como Texas, Mississippi, Alabama, Georgia, Carolina del Sur, Oklahoma, Arkansas, Tennessee, Missouri, Kentucky, Indiana y Ohio, entre otros, limitan el acceso al aborto cada vez más.

En México, apenas el 7 de septiembre, la Suprema Corte de Justicia declaró inconstitucional la criminalización del aborto, abriendo así una puerta que estaba atrancada por la irresponsabilidad. El tema no pasaba de pecado en la sociedad, y como pecado se conservaba en la oscuridad de la ignorancia, llevándose la vida de millones de mujeres. Ahora los movimientos pro vida han prendido sus alarmas. El tema puede seguir siendo pecado para muchos, pero no podrá seguir más en la oscuridad. Es imprescindible que no quede en la ignorancia. Con todos estos hechos coyunturales en México y en los países del continente americano, es probable entonces que esta conversación o este debate permanezca o crezca en el centro de la atención pública, hasta el punto de ser un tema relevante de votación en las elecciones de 2024.

En tanto los grupos feministas sigan empujando la legalización del aborto, en tanto los conservadores seguirán apelando a su amor por la vida, o al revés. El asunto es qué juega a favor y qué en contra, y cómo los candidatos lo subirían en sus conversaciones. En Estados Unidos se había comprobado cómo el derecho a decidir pesaba tanto entre los norteamericanos, que cuando el acceso al aborto estaba amenazado por los republicanos conservadores, la ventaja en las votaciones la tomaban los demócratas. El tema fue decisivo en las campañas de Bill Clinton y de Barack Obama, por ejemplo. En el primer caso, George H.W. Bush cometió un error al aliarse con la derecha religiosa, creyendo que con su apoyo lograría conservar el poder. Esto generó la unión de los ciudadanos para defenderse de los ataques republicanos y darle prioridad los derechos reproductivos de las mujeres. La mayor marcha por la libertad reproductiva en aquel país se dio en Washington, la primavera anterior a las elecciones. Bill Clinton fue electo presidente en 1992. Después del tema económico y de la exitosa campaña demócrata del “es la economía, estúpido”, el aborto había sido el segundo tema prioritario en las urnas. De hecho, para un 25% de los demócratas votantes había sido la primera prioridad en su decisión. En 2012, sucedió algo similar cuando el candidato republicano Mitt Momney publicó un texto en el que se oponía a que el sistema de salud financiara los caprichos abortistas de las mujeres. Un estudio publicado después de la victoria de Barak Obama, afirmaba las mujeres particularmente habían votado con la consciencia y la prioridad de que el Obamacare incluía el acceso al aborto.

Si bien es ahora imposible saber el resultado de los discursos, de las campañas en México para dentro de tres años, lo que ya se entiende es que el tema del aborto es tan polémico como arriesgado e inevitable, y si bien la población pro vida ha solido ser mayor en cantidad frente a los pro legalización del aborto, tampoco es que lleve tanta ventaja. Un par de encuestas este año señalan a un 45% a favor del acceso al aborto y a los jóvenes con más afinidad a la legalización frente a los adultos mayores. Lo interesante será ver a los aspirantes conservadores disfrazados de izquierda, a las aspirantes mujeres con sus falsos feminismos, y a los aventados apostando por la legalización en un país confundido entre el catolicismo, el cristianismo evangélico, las cartillas morales y varias sectas más que prefieren la oscuridad y la ignorancia. Lo interesante será ver cómo se empuja o se polariza esa conversación, o cómo se acalla como tantas otras cosas. Mientras, que fortuna que la Suprema Corte de Justicia mantenga su autonomía frente a un presidente tibio en cuanto a los derechos de las mujeres.

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