Hablemos de ciencia social. Es indiscutible el papel que la ciencia y su hija preferida, la tecnología, tuvieron durante los últimos dos siglos para mejorar la calidad de vida de las personas. La esperanza de vida promedio paso de 35 años en 1778, a 70 años en 2018.

A través de los descubrimientos de sólo 100 científicos, se salvó la vida de más de 5 billones de personas los últimos 100 años, asegura Billy Woodward.

Entre ellos, la revolución verde creada por Norman Ernest Borlaug (Premio Nobel en 1970) cuyas técnicas de producción procuraron 1 billón de vidas en el mundo.

La persona promedio de clase media en el Siglo XXI vive mejor que cualquiera de los Reyes del Renacimiento. La sociedad sería muy… pero muy diferente sin los frutos de la ciencia.

Pero, si la ciencia beneficia tanto al mundo, ¿Por qué su contribución no recibe el mismo reconocimiento que el de un equipo de futbol que gana un campeonato internacional?

Esta “invisibilidad social” se da aunque usamos los frutos de la ciencia y la tecnología todos los días. Desde los servicios básicos como electricidad, gas y transporte; hasta el teléfono que nos permite comunicarnos con personas en todo el mundo. El vínculo beneficio- ciencia-tecnología no se reconoce, es imperceptible para la sociedad.

La ciencia es considerada “algo dado” que no merece un minuto de reflexión y respeto. Irónicamente, este manto de invisibilidad fue tejido por la misma ciencia. Divorciada de la sociedad, hizo muy poco para explicar que la televisión que vemos, la radio que escuchamos y el internet que usamos todos los días es fruto del talento, esfuerzo, inteligencia y capacidad de uno o varios.

Esto provoca que, en la mayor parte del planeta, cuando se distribuyen recursos, públicos o privados, no se establezca la importancia de financiar a la ciencia, fuente del desarrollo.

Además, hoy existe un debate sobre ¿Cómo se va a dar dinero a la ciencia si hay, por ejemplo, tanta pobreza en el mundo? Una narrativa falsa que desvincula e ignora la contribución histórica de la ciencia a la sociedad y a la economía; como instrumento indispensable para resolver problemas.

Se cree que “le quitas a Juan para darle a Pedro”; la realidad es que “al darle a Juan también le das a Pedro”. Esta desvinculación es un fenómeno en México y el resto del mundo, aunque a ritmos distintos.

De hecho, no se reconoció el papel de la tecnología y la innovación en el crecimiento económico del mundo hasta 1987, cuando Robert Solow ganó el Premio Nobel de Economía por una teoría para explicar el desarrollo económico de un país, en la cual incluyó la variable de cambio tecnológico. Paul M. Romer recibió el mismo galardón en 2018 por la integración de la innovación tecnológica en el análisis macroeconómico de largo plazo.

El camino que proponemos para enfrentar este reto es desarrollar un nuevo modelo de financiamiento de la ciencia y la tecnología de mediano y largo plazo, con conciencia social, vinculad, reflejada y condicionada a problemas concretos que afectan desproporcionadamente a las poblaciones mas vulnerables.

Ciencia y tecnología con propósito social, para que la población más vulnerable sepa y tenga la posibilidad de observar directamente que serían beneficiados también con este modelo de financiamiento.

El enfoque, un balance en la búsqueda de soluciones científicas y tecnológicas de naturaleza preventiva y correctiva. El avance en la solución de estos problemas sociales sería claramente evaluado y puesto al escrutinio público.

Los problemas a resolver estan relacionados al logro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de las ONU y al programa social y económico planteado por el actual gobierno federal.

Este manto de invisibilidad sería deshilachado hasta que la mayoría de la población, silenciosa y más desventajada del país; así como los tomadores de decisiones en todos los niveles públicos y privados, vean claramente la importancia de la ciencia y la tecnología, y actúen en consecuencia, para construir un México mejor y más justo.

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