Cuando Charles Darwin propuso su Teoría de la Evolución, quiso establecer de dónde venimos y hacia dónde vamos como especie. Nunca como hoy, en la historia contemporánea del mundo, habíamos necesitado esa certeza. Uno sólo de los 10 billones de virus existentes tiene a la humanidad, autonombrada, especie más evolucionada del planeta, entre la espada y la pared.

Enfrentamos una de las crisis sanitarias más complejas de la época contemporánea, han pasado ya 9 meses desde el primer caso reconocido en el planeta por la Organización Mundial de la Salud, el 8 de diciembre de 2019; y 6 meses desde el primer caso reportado en México, el 28 de febrero de este año.

La pandemia más devastadora del último siglo destapó las deficiencias y está llevando al límite los sistemas sanitarios, educativos y económicos.

Llevamos tres meses de confinamiento y otros tres de nueva normalidad, pero el COVID-19 prevalece, como lo muestran los rebrotes en España, Alemania y Francia; para derrotarlo, son necesarios temple e inteligencia, que nos permitan librar con paciencia y entereza, una lucha de largo aliento.

Disminuir los contagios, aplanar la curva y transformarla en una tendencia descendente hasta cero, parecía ser el único objetivo hacia una nueva normalidad, pero la realidad, empujada por la necesidad de reactivar la vida económica del mundo, es abrumadoramente distinta.

Y es que esa premura parece tener fundamentos ineludibles de acuerdo con el reporte “La política social en el contexto de la pandemia por el virus SARS-CoV-2 (COVID-19) en México” del Consejo Nacional de Evaluacion de la Politica de Desarrollo Social (Coneval).

Ya que, según su reporte “en términos generales, se estima que los efectos de esta crisis sanitaria se traduzca en un incremento en la población en situación de pobreza por ingresos de, al menos, 7.2 y hasta 7.9 puntos porcentuales”

Apremiante porque en la balanza están, por un lado, las miles de muertes y por el otro, los hasta 10 millones de mexicanos que no podrán cubrir el costo de la canasta básica mensual.

Es decir, 2 millones de familias no tendrán en todo un mes, ni alrededor de 2 mil pesos, en las zonas rurales; ni aproximadamente 3 mil pesos, en las urbanas, donde, por cierto, se presentará el peor escenario, ya que “la población más afectada es aquella que se encuentra en pobreza urbana, puesto que la velocidad de propagación de la COVID-19 y sus efectos sobre la actividad económica son mayores en ese contexto”.

Con esas previsiones, sin una vacuna o la cura, es indispensable un nuevo contrato social de aislamiento, que nos permita proteger, sobre todo, a los más vulnerables ante el virus: la sana distancia, el lavado frecuente de manos y el uso correcto de cubreboca como normas ineludibles.

Los impactos para todos los sectores van más allá de los demoledores datos: más de 30 millones de casos en el mundo y más de 940 mil muertes; de los cuales más de 684 mil contagios y más de 72 mil fallecidos son en México, esto sólo hablando de casos confirmados.

Se trata no sólo de las pérdidas económicas, sino del daño al que están expuestos los niños y jóvenes al no poder desarrollarse en un entorno social; se trata de las vidas que se apagaron, padres, madres, hermanos, tíos y primos que partieron.

Cuando de Covid-19 se trata, la acción, buena o mala, puede significar un impacto exponencial: si pretendemos dejar de lado las incertidumbres, desde ahora y hasta que la vacuna sea accesible para, al menos, el 70% de la población mundial.

Para el historiador escoces Niall Ferguson, “la cuestión clave es actuar pronto”, y en ese sentido la respuesta de los gobiernos sólo puede calificarse en términos de competentes o incompetentes. Lo mismo se puede decir de la actuación de las personas; serán sólo el tiempo y la historia los que dirán, qué categoría corresponde a cada cual.

Como humanidad, la única oportunidad que la selección natural nos brinda es la de evolucionar; esa es su principal enseñanza. Debemos tener las características que nos permitan prevalecer, o morir, porque en tiempos de crisis sobrevive el que mejor se adapta.

Lo cierto es que la vida como la entendiamos nunca volverá a ser igual, dentro de cinco años pensaremos que el cubreboca es un accesorio más de nuestra vestimenta o que es extraño pasar mucho tiempo fuera de casa.

Muchos, especialmente los más pequeños, olvidarán cómo era todo en 2019 y nos diremos que la pandemia no fue para tanto, pero al final, nos habrá cambiado. Y en ese sentido, quienes mejor y más rápido se adapten al cambio, serán quienes sobrevivan.

Este artículo está dedicado a quienes debemos focalizar esfuerzos en la toma de decisiones, algo fundamental en una época como la que vivimos, frente a la pandemia, la ventana de oportunidad es milimétrica.

Si nos detenemos a pensar demasiado, las consecuencias pueden ser catastróficas, y para ilustrarlo un dato más del reporte del Coneval ya descrito, sobre sus estimaciones para el impacto del Covid-19 en el país.

En sus expectativas para 2020, en el escenario más conservador, por lo menos 6.1 millones de personas entrarían a un panorama de pobreza extrema por ingreso. A lo que nos enfrentamos, como lo dice Nicolas Kristof, es a un cataclismo de hambre.

Ese es tamaño del reto, el tiempo para perder, analizar y boicotear se terminó, es hora de avanzar y evolucionar, pero seamos responsables para que sea con equilibrio y justicia.

Sólo de esa manera evitaremos que las próximas generaciones sufran la agudización de las diferencias entre unos y otros, traducidas en pobreza, enfermedad, hambre, analfabetismo y delincuencia; que nos separemos de las personas más de lo que ya fuimos obligados.

Por más duro que parezca, se resume a evolucionar como sociedad para preservar la vida de la humanidad en el planeta, o morir en la incredulidad, la desidia y el egoísmo.

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