El Zócalo de la Ciudad de México estaba casi vacío. Sonaban las campanas de la catedral, eran las 11 de la mañana. Y a lo lejos la distinguí caminando hacia nosotros a la altura del asta bandera. Era Cecilia Flores, una madre buscadora. Sus dos hijos están desaparecidos y su lucha por encontrarlos se ha convertido en un símbolo. Ella se dice una “madre huérfana”.

—Pues sí, porque estamos abandonadas por el gobierno que debería estarnos acompañando y apoyando. Pero yo, no porque el Presidente no me quiera recibir, voy a dejar de buscar a mis hijos.

El lunes vino a las puertas del Palacio Nacional con una pala para el Presidente López Obrador. No la dejaron pasar. El martes vino vestida de beisbolista para ver si así el President, aficionado, la recibía. También llevaba una pala, pero tampoco la dejaron pasar.

Yo la conocí el miércoles.

—¿Qué le quiere decir al presidente?

—Pues que haga su trabajo. Que cumpla lo que prometió en campaña. Él nos prometió que este iba a ser un palacio de puertas abiertas; nos dijo que el tema de las desapariciones iba a ser su prioridad. Pero no. No lo cumplió.

La pala, ha dicho, es para que el Presidente les ayude a ella y a otras madres a escavar la tierra y buscar a sus desaparecidos. El jueves, desde Oaxaca, el Presidente respondió en su mañanera: “con muchísimo respeto le digo que la voy a recibir en su momento. Hay temporada política electoral, no queremos que nos usen.”

Según los datos oficiales, recientemente ajustados por el gobierno, en México hay casi 100 mil personas desaparecidas. La rebaja en el dato ha sido cuestionada, pero, como sea, son al menos 100 mil personas de las que no se sabe nada. Estaban, y ahora quién sabe en dónde están.

La señora Cecilia Flores asegura que hay muchos más desaparecidos. Solo ella, con su colectivo de Madres Buscadoras de Sonora, me dijo que ha encontrado más de mil personas con vida. Desde 2015 ella no sabe nada de sus hijos y en su lucha por dar con ellos, ha encontrado a los hijos de otras madres.

—Todos las mañanas salgo con esperanza. Todas las mañanas salgo y busco a los míos. Y no los encuentro, pero a veces encuentro a los de alguien más.

—¿Y eso le da más esperanza?

—Sí, pero luego en la noche llega la tristeza porque no los encontré. Yo creo que a nosostras las madres buscadoras en la noche nos cae la soledad.

También ha encontrado cuerpos, miles de ellos. Tirados en el desierto, enterrados en los patios traseros de domicilios en las ciudades, abandonados en fosas clandestinas. México es un cementerio.

—Pero la veo fuerte, —le dije. —¿Por dentro está igual?

—No. Por dentro es muy distinto. Tener un hijo desaparecido es perder la vida y tener la obligación de seguir de pie para buscarlo.

Es una tragedia mexicana.

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